Como un meteoro, Rodolfo Valentino cruzó rugiendo el cielo del cine mudo y con su muerte, inesperada y rápida, se hundió en la tierra. Al hacerlo, levantó una ola de histeria entre las mujeres que soñaron cada noche con sus manos suaves, su piel morena, su mirada lánguida, su pelo engominado y su aire seductor.
Jardinero, lavaplatos, chofer, carterista, bailarín de tangos, chulo, gay gratuito y bisexual por plata, pasó por todo eso hasta que se convirtió en Rodolfo Valentino: el primer mito erótico del cine y el
Valentino nació en Castellaneta, en 1895, un pueblito italiano en Bari. Nadie daba un céntimo por el hijo de Giovanni, el veterinario, y Berthe, una madre posesiva, quien lo mandó a Francia a estudiar, y acabó rendido en los brazos del pederastra Claude Rambeau quien, entre otros vicios, le enseñó a bailar tango.
Pobre y hambriento, regresó al hogar y convenció a su madre para que gastara todos sus ahorros en un tiquete de tercera clase hacia Nueva York, que, en 1913, era la capital del pecado.
Una vez instalado, no le arrugó la cara a nada con tal de alcanzar el sueño americano. Vivió en las calles; saltó de camarero a
Tras una fugaz aventura con el millonario Cornelio Bliss, conoció en el restaurante Maxim’s a Blanca de Saulles, cuyo marido jamás le perdonó el romance que sostuvo con Valentino y lo persiguió hasta que lo echó de Nueva York. Más tarde, Blanca ajustaría cuentas con el cornudo cosiéndolo a balazos, según Luz Larraín, en
En busca de nuevos aires, desembarcó en Los Angeles, en 1918, entonces la meca de la naciente industria del cine. Ahí, el judío-húngaro Adolph Zukor había fundado la Paramount y su paisano Wilhelm Fuchs, la Century Fox.
Un amigo, Norman Kerry, convenció a Rodolfo para que probara suerte como actor; empezó como extra interpretando a bandidos y asesinos. Un día le ofrecieron el papel de Julio Desnoyers en la película que lo llevaría a la gloria:
De pronto, ese italiano guapetón, moreno, de pelo negro envaselinado, mirada perdida, carita empolvada, sonrisa forzada, que se movía como una pantera y besaba con embeleso, comenzó a calentar la sangre de miles de mujeres deseosas de un hombre atractivo, suave, seductor y apasionado.
Lo demás fue coser y cantar. La fama de Valentino explotó; los hombres lo consideraban una “amenaza sexual” por sus toques afeminados, al punto que en el cine había un médico para atender a las que sufrían colapsos nerviosos.
Rodolfo creará dos mitos: el del
Y como el matrimonio es la única aventura que se le ofrece al cobarde, Valentino se casó con Jean Acker, una vivaz morenita que además de lesbiana tenía un extraño pacto con Alla Nazimova, bailarina y actriz rusa que poseía un harén femenino particular.
La prensa chismeó que el compromiso solo duró una noche, porque Valentino era impotente y Acker carecía de humor para esas bromas.
Nazimova le ofreció un papel en
Valentino y Natacha se casaron en Mexicalli, pero como él estaba todavía unido legalmente con Acker, fue acusado de bigamia. Para evitar la cárcel, tuvo que estar un año separado de Ramboba. Al menos dormían en camas distintas, lo cual tampoco era un problema para Rodolfo, que sostenía por ese entonces un amorío con el periodista André Daven.
Pese al éxito de su primera película, los dueños de los estudios se negaron a pagarle más de $350 por semana, por lo que comenzó una penosa lucha con ellos que solo le deparó juicios.
En protesta, el Divo montó una gira de bailes por Estados Unidos. Llegó a ganar $7.000 semanales; publicó un libro de poesía
Como estrella, y en otras de extra, hizo unos 30 filmes. De 1921 a 1926, participó en 17 películas, pero fueron tres las que lo elevaron al Olimpo:
En su doble papel del
Fue en ellas donde el mito del
En el esplendor de su gloria, viajó por América y Europa con Natacha, un séquito de asistentes, dos perros, un guardarropa de fantasía y fue recibido con honores reales en todo lugar.
Pero toda fiesta se acaba y, en agosto de 1926, Valentino sintió fuertes dolores estomacales; el 15 lo internaron en el Roosevelt Hospital, de Nueva York. Lo operaron con éxito de una úlcera perforada; pero el 23 de agosto, una peritonitis lo mandó a la tumba. Tenía 31 años.
La noticia rasgó el velo del templo. Cruda y tan inesperada, que varias mujeres se suicidaron. El mundo quedó mudo ante su muerte. Se organizaron las exequias, con la pompa y el despliegue publicitario del caso. Hasta se enviaron emisarios a Castellaneta, para buscar un doble de Valentino y seguir con el negocio.
Adentro de la “Sala Rosa” de una exclusiva funeraria, yacía el cuerpo empolvado y maquillado de Rodolfo. Afuera, 100.000 curiosos esperaban el desfile mortuorio; cientos de mujeres se daban de golpes con la policía, y otras quebraban los ventanales para entrar y ver a su ídolo. La vampiresa Pola Negri, que hizo de falsa viuda postrera, envió 4.000 rosas.
La leyenda comenzó a vivir. Unos decían que Valentino tuvo que esconderse porque una amante le había desfigurado el rostro con ácido; otros, que un marido celoso lo mató en un duelo; los menos, que no había tal cadáver sino una figura de cera. Para acrecentar el misterio y darle un toque de ultratumba, una extraña dama de negro acudió religiosamente cada año, en el aniversario de su muerte, a dejar una rosa roja sobre la lápida.
Los elegidos de los dioses mueren jóvenes. Rodolfo Alfonso Raffaello Piero Filiberto Guglielmi di Valentina, abreviado Rodolfo Valentino: vivió con prisa, murió joven y dejó un bonito cadáver. 1