Quiso tener siete hijos y un marido... pero ocurrió al revés. Perversa, cínica, egoísta, odiosa; dejó atrás a las
Julia Jean Mildred Frances Turner, celebérrima en el mundo del celuloide como Lana Turner, llevaba la obscenidad escrita en su mirada. Su cabello estaba hecho de rayos de sol, siempre perfecto, brillante como una estrella y en total armonía con uno de los rostros más bellos del cine. Era altiva y elegante, como una figura de cera eterna.
Impúdica y recatada a la vez, sus películas la retrataron de cuerpo entero. Madre abnegada en
Era compulsiva con los hombres y afirmaba: “son terriblemente excitantes y cualquier muchacha que opine lo contrario es una solterona anémica, una prostituta o una santa.”
Enarcaba sus cejas pintadas cuando veía uno que le gustaba; lo medía sin recato y era pródiga con su billetera, para pagar por su compañía y gozar de sus atributos fálicos. Vivió siete matrimonios de conveniencia y disfrutó una lista interminable de amantes de ocasión: Howard Hughes, Clark Gable, Frank Sinatra, Errol Flynn, Fernando Lamas y Tyrone Power. Pero... “Lana era amoral, mientras estaba filmando, si veía un operario musculoso y con la ropa ajustada lo arrastraba a su camerino, porque era una auténtica devoradora de hombres”, asegura Rafael Dalmau, en
La vida de Lana y sus películas se confundían y era imposible saber quién copiaba a quién. Sus desenfrenos fueron aprovechados por la Metro Goldwyn Meyer, patrono de la rubia, para crear en torno a ella una leyenda como la nueva diosa del sexo, y llenar así el trono vacante desde la muerte, en 1937, de Jean Harlow.
Desde que filmó
Lana Turner era conocida como la “chica del suéter”, porque popularizó el uso de esta prenda de vestir, de varias tallas menos, para resaltar su busto. Parece ser que fue ese el enorme detalle que llamó la atención de Billy Wilkerson, editor de
Tenía apenas 16 años, había nacido el 8 de febrero de 1921 en Idaho, y se había traslado a Los Ángeles a causa de la trágica muerte de su padre, John Turner, asesinado tras una partida de póquer en el poblado minero donde pasó la niñez.
Según el
“¡Vaya par de tetas!”, se escuchaba decir por toda la nación cuando la colegiala Lana se paseaba por la plaza del pueblo, en el primer rollo de aquel filme épico...” señaló Kenneth Anger, en
Lana era bajita, si acaso medía 1.60 m. y enloquecía por los hombres altos y ampulosos más abajo del ombligo. Los gastó como si fueran zapatillas y solía decir: “Un hombre de éxito es el que gana más dinero del que su esposa puede gastar. Una mujer de éxito es la que encuentra un hombre así.” Con esa medida los buscó y encontró, solo que nunca supo retenerlos por su desmedida ambición y bulimia sexual.
Al año de su muerte, ocurrida el 29 de junio de 1995, su amigo y peluquero Eric Root escribió
El primer marido lo conoció en el rodaje de
Siguió la ruleta rusa matrimonial con el millonario Bob Topping, en 1948; lo dejó para casarse en 1953 con el “Tarzán” Lex Barker, con quien intentó tener un hijo que acabó en aborto. Abrió los años sesenta con nuevo marido, Fred May; cambió dos años después por Robert Eaton y cerró con Ronald Pellar hasta 1972. Nunca más volvió al altar.
Una vez comentó: “La verdad, el sexo nunca significó mucho para mí. Me gustaba el romance, los besos, las velas y cosas para compartir.”
Ninguna actriz lloraba como Lana Turner. Las lágrimas le salían de las entrañas. Eran un hilo que se desbordaba por sus inmensos ojos azules. Y la llorada más memorable, por la que no obtuvo un Óscar, fue ante el jurado que juzgó a su hija Cheryl por hundirle un cuchillo de 20 cm. en la barriga a su amante, el mafioso, Johnny Stompanato.
Lana siempre le buscó seis patas al gato y las encontró todas juntas al enamorarse de aquel rufián de siete leguas apodado “Óscar”, en alusión al tamaño de su virilidad: 30 cm., igual al de la estatuilla cinematográfica.
Johnny era un gángster de verdad, guardaespaldas del mafioso Mickey Cohen, con arma bajo el esmoquin, de gatillo ligero, conectado con la mafia que controlaba el cine y gigoló de profesión.
Como pudo consiguió el número telefónico de la actriz, la llamó, le envió flores, bombones, regalos, la acosó con zalamerías ... ella renca y la empujaron...
El idilio duró quince meses, entre 1957 y 1958, y describió una parábola de pasión, violencia, amenazas, reconciliaciones y sadomasoquismo que terminó el 4 de abril de 1958, en que Stompanato llegó borracho a la casa de Lana y comenzó su ráfaga de insultos, amenazando a la rubia con rajarla en dos, seguir con la pobre Cheryl y terminar con la abuela.
La relación estaba ya tensa porque el chulo había sido expulsado de Inglaterra, adonde llegó invitado por la Turner que extrañaba sus “dulces tormentos”. Lana le pagó el tiquete de avión, lo instaló en una lujosa casa, lo colmó de regalos y este pagó como un ingrato.
“Te mutilaré. Te haré tanto daño que te convertirás en un ser repulsivo”, vociferaba Johnny, según Anger. Tras la deportación se reencontraron en México y de ahí regresaron a Los Ángeles.
Aquella noche de Viernes Santo, Stompanato intentó moler a golpes a Lana; la hija escuchó los griteríos en la sala y bajó de su habitación, se escabulló hacia la cocina, sacó de la gaveta un cuchillo, corrió hasta chocar con el mafioso y le hundió la hoja larga y filosa.
Ante el jurado y ahogada en llanto Lana declaró: “Stompanato cayó de espaldas...se llevó las manos a la garganta, se asfixiaba, hacía un sonido terrible, parpadeaba y traté de insuflar aire entre sus labios entreabiertos...”
La prensa se dio un festín. Cohen, en venganza por el crimen de su amigo, entregó al
Unos dijeron que fue Turner la que mató a Stompanato, harta de que él violara a su hija, otros que fue una conspiración para desprestigiar a la actriz. Lo extraño era que el cuchillo estaba nuevo, pero tenía marcas anteriores; no había huellas en la empuñadura; tampoco sangre en la ropa de Lana y su hija; la escena del crimen estaba ordenada y la sangre en el cuchillo contenía fibras de pelo claro y negro, sin identificar.
El jurado tardó 20 minutos en deliberar y declarar a Cheryl inocente de homicidio justificado. Con los años, la luz de Lana comenzó a perder brillo y menguó su poder en Hollywood. Primero fue esclava y después víctima de lo único a lo que temía: la soledad. 1