Elizabeth Taylor FILE - In a 1944 file photo, young actress Elizabeth Taylor is seen during the time that she was filming "National Velvet". Publicist Sally Morrison says the actress died Wednesday, March 23, 2011 in Los Angeles of congestive heart failure at age 79. (AP Photo/File)
A la pobre Elizabeth Taylor –¡odiaaaba que la llamaran Liz!– siempre la tildaron de dos cosas: pésima actriz y roba maridos. ¡Pamplinas! Ambas afirmaciones son falsas.
Solo en un decenio – de 1956 a 1966 – fue nominada 23 veces a los premios más relevantes del cine y ganó en 13 ocasiones, incluidos dos Óscar y dos Globos de Oro. Solo en el mismo lapso tuvo cuatro maridos: Michael Wilding, Mike Todd, Eddie Fisher y Richard Burton: dos actores, un productor y un cantante. Los otros tres fueron Nicky Hilton (heredero del emporio hotelero), quien fue el primer esposo de la diva (1950); John Warner (1976) y Larry Fortensy (19991). Fueron siete maridos y ocho matrimonios, pues con Burton se casó dos veces (1964 y 1975).
Zanjada la cuestión, la Taylor puede descansar en su ataúd de $11 mil, decorado con gardenias, violetas y lilas. Genio y figura, el cadáver llegó 15 minutos tarde al funeral privado en el cementerio Forest Lawn de Glendale, en Los Ángeles, donde reposan los restos de su amigo Michael Jackson.
Viva fue una leyenda, muerta: un mito. El poema de Gerard Manley
Su muerte presagia lo que vendrá para otras divas. Zsa Zsa Gabor, de 94 años y nueve maridos, gritó: ¡Yo sigo! y cayó en “shock”. Según una nefasta profecía
Entre las “candidatas” están Olivia de Havilland (95); Joan Fontaine (94); Maureen O’Hara (90); Lauren Bacall (86); Joanne Woodward (81); Tippi Hedren (81); Debbie Reynolds (79), Kim Novak (78). Aunque más jovencitas, también suenan Sofía Loren, Brigitte Bardot y Shirley MacLaine –todas de 76– y Julie Andrews (75).
Cuando no pudo actuar más, Elizabeth abrazó la causa de los marginados por el sida; recolectó fondos para la investigación de ese flagelo y compartió el pan y la mesa con los homosexuales del cine. Margie Phelps, hija de un pastor protestante, la acusó de vivir “cometiendo adulterio y apoyando a los maricones.”
Casi hasta el último de sus días, Taylor fue la tentación, el sendero del mal y el de la perdición para cualquier hombre.
Nunca odió tanto a Richard Burton como para devolverle el diamante amarillo Krupp, de 33.19 quilates, el Cartier de 69.42 quilates y la “Perla Peregrina”; tampoco la colección de Monet, Picasso, Van Gogh, Pissarro, Renoir, y Rembrandt, sin contar otras “chucherías” que le heredaron exmaridos y pretendientes.
Tenía 320 mil seguidores en Twitter y, un día antes de internarse en el hospital, escribió en su último
Desde los siete años vivió a troche y moche y se quejó de su triste niñez: “Mi infancia fue horrible”, reconocía la actriz, que comenzó a esa edad en filmes de escasa calidad solo por complacer a su madre, una vedette retirada de Broadway que vivió la fama a través de su hija y la tuvo siempre bajo sus zapatos.
Con una belleza singular se abrió brecha entre la multitud de mujeres divinas que poblaban Hollywood entre los años 40 y 60; vendió su alma a la Metro Goldwyn Mayer y pasó de estrella infantil en
Más torcida que un bejuco, en la filmación de
Con una salud tan frágil como sus amoríos, estuvo hospitalizada en unas 40 ocasiones; la operaron otras 20 veces; pasó por doce clínicas de desintoxicación; sufrió un tumor cerebral benigno, sobrevivió a un cáncer de piel, superó dos neumonías y una traqueotomía, se fracturó la columna vertebral y, tras dos meses internada, murió de una falla cardíaca.
A lo anterior se sumaron los problemas de sobrepeso y dos intentos de suicidio. Su dieta preferida era “comer caviar sin pan y beber champán sin burbujas”.
En
Amiga del alcohol desde su primer matrimonio con Conrad Hilton, acrecentó el gusto tras la muerte de su tercer marido Mike Todd (1958), al cual olvidó para casarse con Eddie Fisher, mejor amigo de Todd y esposo de su gran amiga Debbie Reynolds, con la cual estuvo peleada 40 años por esa nimiedad.
Tanta tristeza solo fue compensada por sus amigos y familia; tras una viudez y siete divorcios le sobrevivieron cuatro hijos, 10 nietos y cuatro biznietos, a los cuales preservó de la voracidad pública.
Aunque lo negó, tuvo novio hasta el final. Jason Winters, un negro 29 años más joven que la sacaba a pasear en su silla de ruedas, pero era más la nostalgia del amor perdido que una pasión otoñal.
Si la nariz de Cleopatra conquistó el corazón de Julio César; los ojos violeta de la Taylor enloquecieron a Richard Burton y se lanzaron por una pendiente, turbulenta, delirante y autodestructiva.
Según Burton ella era tonta y frívola. Aceptó filmar
Pero “el hombre es yesca, la mujer estopa y el diablo sopla”. Ambos estaban casados, pero en Hollywood eso es una fruslería. Burton era hijo de un minero; un pelagatos, el típico “angry young man” de los años 60, iracundo, mujeriego, rencoroso y no estaba seguro de ser gay, heterosexual, bisexual o quién sabe qué. Poseía una voz maravillosa y era el gran intérprete de Shakespeare.
Elizabeth, por el contrario, venía de una familia rica, con una trayectoria excepcional, archipremiada, bella sin par y con un salario de un millón de dólares.
Burton tiró a su esposa Sybil Williams y Taylor a su marido Eddie Fisher. Tras los divorcios respectivos se casaron en Montreal en 1964; convivieron diez años en medio de broncas apocalípticas, borracheras endiabladas y excesos pantagruélicos. El actor la colmó de joyas y regalos ostentosos.
La carrera de la diva comenzó a decaer después de ese matrimonio, pues solo quería papeles donde pudiera actuar con Burton y este no era santo de los productores por su convulsa personalidad.
Sin pudor exhibieron sus miserias ante los paparazis y ocuparon la alfombra roja para tirarse los trapos sucios, hasta que terminaron en 1974.
Año y medio después se reconciliaron y volvieron de nuevo a casarse en una exótica ceremonia en Botswana, pero el alcoholismo de Burton pudo más que sus ganas de estar con su “gatita” y un año después se divorciaron para siempre.
El campo lo ocupó el político Jack Warner, electo senador gracias a la popularidad de Taylor, y eso que estaba en su fase gorda y greñuda. Le siguió el albañil Larry Fortensky, con una melena de fantasía, al que conoció cuando ambos estaban en la clínica de rehabilitación Betty Ford. Así completó ocho matrimonios.
En el ocaso de su carrera esta mujer de oro y diamantes lucía los ropajes y el maquillaje de sus mejores tiempos, adornados con una gran cuota de rebeldía y una intensa actividad humanitaria.
Sobrevivió a Hollywood y a sí misma. Murió a los 79 años. Amó y fue amada.