Fue cuando cursaba la educación primaria en la escuela Porfirio Brenes de Moravia que entré en contracto con la expresión latina non plus ultra. Ella es una abreviación de non terrae plus ultra, que decía, a los habitantes de los países limítrofes con el mar Mediterráneo, que no existía tierra más allá del estrecho de Gibraltar, pues –según la mitología romana– Hércules había puesto ahí dos pilares, como señal del límite del mundo.
El lema fue luego modificado para que dijera solo plus ultra, para animar a los navegantes a desafiar y hacer caso omiso de la advertencia original y adentrarse en el mar. Cristóbal Colón la desafió y llegó a las Indias Occidentales, cruzando el océano Atlántico, en 1492. En otro viaje, el 25 de setiembre de 1502 llegó a Cariari, hoy Limón, y bautizó con el nombre de La Huerta a la isla que los indígenas llamaban Quiribrí, hoy La Uvita. Cuatro años después entregó su alma al Creador.
Con la gesta de Colón, productos de lo que luego se denominó América –e. g., tomates, papas, cacao, tabaco– se llevaron a Europa y productos de esta traídos a nuestras tierras. (La reconocida chef costarricense Isabel Campabadal recién publicó un libro titulado Cocina Fusión Costarricense, que muestra cómo integrar artísticamente productos del Nuevo Mundo con los del Viejo). También llegó la religión católica.
Fines elevados. El lema plus ultra, si lo incorporamos en nuestro actuar cotidiano, nos ayuda a perseguir fines elevados, por encima de lo que pareciera posible y mediocre y (al menos) nos permite alcanzar la paz interior que da el perseguir algo de nuestro interés superior, como es bailar tango, pintar, cultivar yerbas aromáticas, hacer pan, nadar cien metros en menos de un minuto, entender que el objetivo del matrimonio es la procreación y que la relación que no la permita no debe llamarse matrimonio, que la supervigilancia de entidades autónomas como el ICE y el INS, que hoy operan en competencia, requiere un nuevo planteamiento, para evitar que hagan fiesta con recursos públicos; que los representantes en cargos de elección popular deban saber decir “no” y defender las tesis que sirvan al país, aunque por ello de tiempo en tiempo deban enfrentar grupos de presión sonoros y organizados.
La expresión non plus ultrala oí por primera vez un día de verano, a eso de las nueve y treinta de la mañana, en el (entonces) bello puerto de Puntarenas. Fue mi maestra de sexto grado, Pilar Montero, la que la mencionó.
Su mensaje fue más o menos así: “¡Muchachos, presten atención a lo que les diré, que es de suma importancia: miren a su alrededor y recuerden el sitio donde estamos, pues hemos de reunirnos aquí a las cuatro de la tarde, y –sobre todo– recuerden que el bus que nos trajo y nos ha de llevar de regreso a Moravia es de color azul y se llama non plus ultra!”. Entendido. En guerra avisada no muere soldado. Ningún chavalo se perdió y todos, cargando marañones, mamones, pasados y caimitos, llegamos sanos y salvos a casa.