En un mundo, que a finales de este año tendrá 7.000 millones de habitantes, de e-mails y Facebook, los nombres comunes tienen el problema de que podrían llevar a confusión (y hasta robo) de identidad. Y una vez que le roban la identidad, a un paso queda el robo de la cuenta corriente y de inversiones.
Mi amigo Rodrigo el Chino Piedra Mora (q.d.D.g), recibía a menudo llamadas telefónicas nocturnas de gente que buscaba empleo en el sector público, pues el director del Servicio Civil tenía ese mismo nombre.
Recuerdo haber leído hace unos veinte años que en Finlandia o Dinamarca las guías telefónicas tenían páginas de páginas con la misma combinación de nombre y apellido, como Lars Larsen. Ante eso, el Gobierno instó a la gente a cambiar de nombre, o al menos agregarles algo para distinguirlos. La sugerencia tuvo tanto éxito que más bien las autoridades debieron prohibir la inscripción de solicitudes demasiado creativas, como Caperucito Rojo Larsen.
Nombres masculinos. Hay nombres de nombres, y las parejas que esperan hijos siempre tienen una prolongada y hermosa etapa de búsqueda de nombres para ellos. Para ayudarlas en ese menester, acompaño una lista de posibles nombres masculinos. Espero que alguien haga lo mismo para mujeres.
Empiezo por el nombre Coponio, quien hace unos dos mil años quiso poner en ejecución un censo que, entre otros, serviría para cobrar más impuesto al pueblo judío que, a la postre, no aceptó porque, sostenía, ya pagaba un tributo para el Templo en Jerusalén. (Taxed enough already: cualquier similitud con el movimiento TEA Party es pura coincidencia).
También podrían las parejas optar por el nombre Arrio, presbítero de Alejandría, allá por el año 300, quien sostenía que Jesús fue creado con atributos divinos, pero no es Dios. Esta doctrina, declarada herética, y otras de similar naturaleza, como la de Marción, llevaron a los líderes de la Iglesia a adoptar el Credo, como dogma de fe, donde se reconoce que Jesucristo es Dios, y que Dios es uno y trino.
Clodoveo, hijo de Childerico, quien fue rey de los francos por el año 500, cuando apenas tenía 15 años, es otro posible candidato. También lo es Amílcar, padre de Aníbal, de Cartago, al norte de África, considerado uno de los más grandes estrategas de la historia y cuyas batallas campales aún se estudian en academias militares. Catón y Lucrecio son otras opciones. Los griegos ofrecen una multitud de nombres famosos: Sócrates, Eurípides, Sófocles, entre otros.
Usnavi (que, según relata la historia, fue la inspiración de una pareja al ver un gran barco en Puntarenas que tenía ese nombre: US Navy) es otra posibilidad poco común. La novela “El Nombre de la Rosa”, de Umberto Eco, suple un amplio menú en el mismo sentido: Berengario, Adso, Adelmo, Venancio, Rabano, Malaquías, Bencio, Pacífico, Alinardo, Sinesio y Abbone, entre otros. Thelonious, como el del famoso pianista del Jazz bebop, también está disponible. Por supuesto que se puede recurrir a un nombre japonés, teniendo presente que en Japón mucho nombre que termina con “o” (como Tacaco) es de mujer. En Italia el cuidado es al contrario, pues algunos nombres masculinos terminan con “a” (e. g., Andrea y Nicola).
Más sugerencias: Perafán (nombrado gobernador de CR en 1566), Pedrarias alto administrador en el Nuevo Mundo; Atahualpa, peruano que luego de vencer a su hermano Huáscar se convirtió en el último emperador de los incas y luchó contra el conquistador Pizarro (quien finalmente le dio muerte). El azteca Cuauhtémoc (también conocido como Cuauhtemotzin, Guatmozin y Guatemoc) cuyo nombre significa “quien desciende como una águila”, para capturar a su presa, y fue el mandamás de Tenochtitlan.
Evo, quien en algún momento afirmó que sus antepasados lucharon contra el Imperio Romano, y por ello él hoy lucha contra las ideas “imperialistas” que auspicia el Fondo Monetario Internacional.
Pero, conviene tener presente, no todos los aborígenes favorecían la guerra. También hubo indios pacíficos, como Yasparal, Yani y Bersa, de Matina, quienes en 1779 hicieron un “arreglo de paz y amistad” con los españoles que, para quedarse, llegaron a nuestro suelo.
Estoy seguro de que los lectores, y lectoras podrían (aun sin recurrir al Santoral) ampliar considerablemente la lista de nombres para sus futuros hijos, sobrinos y nietos.