Dicen que de pena nadie se muere, pero yo estoy muy mal; me siento muerto por dentro, declaraba recientemente Antonio González, El Pescaílla, viudo de Lola Flores, quien falleció el viernes pasado a los 73 años.
Su defunción se produjo tras una larga enfermedad hepática y una fuerte depresión por la pérdida de su esposa e hijo hace cuatro años.
Era el hombre quien la Lola de España llamaba su faraón por ser el padre de sus "tres monstruos": Lolita, Rosario y Antonio; además, por ser la persona con la que compartió casi 40 años de matrimonio y que, ante el poderío de ella en el escenario, abandonó su carrera artística en solitario para acompañarla de por vida.
Cuando La Faraona falleció tras un agónico cáncer, Gónzalez reconoció que ella era sus "brazos, pies y todo en general", pero la tragedia que lo sumió en una absoluta depresión fue la muerte de su hijo apenas 15 días después.
Antonio González murió en extrañas circunstancias, nunca totalmente aclaradas , quizá una mezcla de alcohol y tranquilizantes.
Según se comenta, la perdida fue total y al parecer decía estar "medio loco y enfermo", se negaba a comer y a vivir a pesar del amor de sus nietos, sus hijas y amigos, quienes le rodeaban en la residencia familiar El Lerele.
A esta herida abierta por la pena y la tristeza se le unió un cáncer de colon, del que fue operado hace dos años, y agravado por una afección hepática que le roía su débil cuerpo, al que había que inyectarle calmantes diciéndole que eran vitaminas.
Pero González fue mucho más que el esposo de una artista famosa, era el padre de la rumba catalana -una variante de la rumba tradicional-, cantante y guitarrista de calidad, quien renunció a los éxitos cosechados a lo largo de varios años, cuando su Lola le dijo que él era "su gitano de ojos bonitos".
La despedida a González se realizó en su propia capilla, ubicada en Madrid y entre los dolidos asistentes estuvo su familia más allegada y los famosos del mundo del flamenco y rumba española: los Carmona, miembros del grupo Ketama.
Desde ayer descansa en el cementerio de Madrid, como él quería, junto a su esposa e hijo, en el panteón familiar.