Vamos a hacer una afirmación que parece extraña y hasta contradictoria. La película Michael Clayton (2007), dirigida por Tony Gilroy, da tanto de sí misma, en calidad formal y contenido, que uno siente que aún puede dar más. Es filme tan bueno, que uno tiene la sensación de que podría ser perfecto.
Es algo así como cuando un equipo de futbol gana de manera solvente, tanta, que pudo ser por goleada. Ojalá nos entiendan, porque si algo nos queda claro, como críticos, es que debemos recomendarles esta cinta como una propuesta creativa sobre el tema de la corrupción desde las poderosas empresas transnacionales: los nefastos laberintos de las grandes corporaciones, dispuestas a enriquecerse sin ética alguna, por encima de leyes y de consideraciones humanas.
Esta vez, se les enfrenta un abogado que descubre sus juegos sucios. Se llama Arthur (excepcional actuación de Tom Wilkinson). A su muerte (asesinato), su amigo Michael Clayton se ve en el dilema de continuar el trabajo de Arthur o de acuerpar a la corporación del caso.
Es cuando el actor George Clooney (como Michael Clayton) se ve grande como tal y no solo como galán. De ahí el título del filme.
La estructuración del relato es atrapante, con juegos narrativos que muestran solvencia de parte del director Tony Gilroy, realizador debutante.
Tal vez sea innecesaria su decisión narradora por medio de una larga retrospeccción, pero tampoco resulta afectada la tensión dramática en pantalla, gracias a un guion valiente (de Gilroy). Es valioso el juego de alternar imágenes distintas para un solo texto del relato. Uno oye el díctum, mientras las imágenes cambian. Por supuesto que el montaje es clave para este caso, bueno para el ritmo impreso al suceder de la historia narrada.
Igual, la música contribuye con eficacia a ampliar significaciones de las imágenes, así a lo largo de todo el metraje. La dirección de actores es excepcional, por los histriones citados y por la firmeza actoral con que la actriz Tilda Swinton llena a su personaje (incondicional de las corporaciones).
Sin malabares efectistas, con vehemencia en el drama y en la denuncia política, Michael Clayton nos permite saludar el paso de Tony Gilroy de guionista a realizador con peso de autoría. No se pierdan este filme, hecho con criterio.