Henri Cartier-Bresson, uno de los gigantes de la fotografía del siglo XX, cumple 90 años y la galería Hayward, de Londres, lo celebra con una de las exposiciones más completas de su obra que se hayan montado en Gran Bretaña.
Una de sus fotografías, de las más reconocidas de la segunda guerra mundial, retrata a una iracunda mujer que señala a un atemorizado informante de la policía secreta mientras un grupo de prisioneros de un campo de concentración observan en aparente confusión.
Como imagen, tomada unas horas después del fin de la era nazi, captura un momento que define el cambio histórico con diáfana claridad.
Como fotografía, lleva la firma de Cartier-Bresson, el hombre que condujo la fotografía periodística a su forma más literaria.
Valor empapelado
Si una imagen equivale a mil palabras, las fotografías de Cartier-Bresson añaden una percepción adicional a la historia que las palabras no pueden.
Una sensibilidad artística, por cierto, pero, sobre todo, el sentido del momento.
El artista tiene la capacidad natural para capturar y congelar la vida en el tiempo. La exposición Los Europeos exhibe algunas de las imágenes más memorables del siglo XX. Es el caso del retrato de una monja, radiante durante la asunción del papa Juan XXIII en 1958, o la elegancia casi medieval de una pareja de mediana edad, vestida de negro, caminando por una empedrada calle italiana de 1951.
Estas imágenes conservan a una Europa pretecnológica, aún encorsetada por la religión y la pobreza, que se despoja lenta y dolorosamente del drama de la guerra.
Lo curioso, pero importante, es que las fotografías de Cartier- Bresson son íntimas sin ser invasoras. El fotógrafo reconoce esta capacidad al describirse a sí mismo como carterista, pero sin hacer daño. "Un buen carterista toma el dinero y se retira", dijo.
Trayectoria sin fin
El artista nació en 1908 en una familia francesa de clase media, bendecido por el viejo adagio chino, "ojalá vivas en tiempos interesantes". Sus fotos demuestran su extraordinaria capacidad para reconocer los momentos que nos definen.
"Para mí, la cámara es un cuaderno de esbozos, un instrumento de intuición en el cual la espontaneidad domina el instante que, en términos visuales, cuestiona y decide", señala.
"Tomar fotografías es como aguantar la respiración, cuando todas las facultades convergen frente a una realidad fugaz. Es el momento en que el dominio de la imagen se convierte en un verdadero deleite físico e intelectual", dice Cartier-Bresson.
Pero no es sólo intuición, el arte de Cartier-Bresson también incluye trabajo. "Para poder darle significado al mundo uno se tiene que sentir participante de lo que encuadra a través del visor de la imagen. Esta actitud exige concentración, una mente disciplinada, sensibilidad y sentido de geometría", explicó.
Modo sensible
Después de la guerra, Cartier-Bresson y los fotógrafos Robert Capa, David Seymour y George Rodger crearon la agencia Magnum, una cooperativa de estructura flexible que otorgó carta blanca a sus miembros para fotografiar a su gusto y mantener la propiedad intelectual de su obra.
La agencia cuidaba celosamente la integridad artística de sus integrantes y ordenaba utilizar la foto original, sin cortes, a los editores de prensa.
Magnum fue un campo de entrenamiento para los pocos talentosos con suerte a los que se les permitió ingresar, aunque la agencia no fue mucho más que una red de distribución para la obra de un club de genios de la fotografía.
La vida de Cartier-Bresson imita su arte. Rara vez concede entrevistas y casi nunca habla en público ya que prefiere que su obra se exprese por sí misma.
En la fiesta que inauguró la exhibición de la galería Hayward, Cartier-Bresson limitó sus declaraciones públicas a alzar su copa en homenaje a su amigo y contemporáneo, Francis Bacon, el gran pintor británico del siglo XX.
"A Francis", dijo, tomó de su copa y, en silencio y con sencillez, volvió a su asiento. Fue un momento de Cartier-Bresson en estado puro.