La gran estrella norteamericana Madonna, quien durante tanto tiempo fuera un símbolo sexual, dejó de lado ayer su habitual extravagancia al participar en Tel Aviv en un retiro de Cábala, la mística judía de la cual se convirtió en ferviente adepta.
La diva estadounidense, sentada en primera fila de una asamblea de nuevos adeptos de la cábala, en un hotel de Tel Aviv, a donde llegó el miércoles, se mostró discreta y participó en una conferencia de su guía espiritual en Israel, Eitan Yardeni.
En la sala, hombres y mujeres están separados, como lo exige la tradición religiosa.
“El pasado y el presente están conectados, lo personal y lo mundial también”. Las declaraciones, a menudo sibilinas, del gurú israelí fueron traducidas simultáneamente en hebreo, árabe y español en pantallas gigantes colgadas de los muros.
Los periodistas solo pudieron percibir un instante a la estrella norteamericana, que llevaba un traje de tejido negro coronado por un sombrero de colores tornasolados, mientras su marido, el cineasta británico Guy Ritchie, todo vestido de blanco, asistía a la conferencia del lado de los hombres.
La presencia de la famosa pareja, acompañada por la diseñadora Donna Karan, no parecía perturbar la atención de nadie.
Los participantes, muchos de los cuales eran judíos de América Latina y Estados Unidos, manifestaron su alegría por la llegada de Madonna.
La cantante, de 45 años, cambió hace dos años su nombre por Esther y cumple con el shabbat, el día sagrado de los judíos.