Madrid. La familia Rosales, en cuya casa se refugió el poeta Federico García Lorca y pasó la última semana de su vida antes de ser fusilado, quedó marcada por este hecho. Frente a las acusaciones de haberlo traicionado, se defendieron con un silencio que se ha roto con una novela.
Gerardo Rosales, sobrino del poeta Luis Rosales, ha escrito El silencio de los Rosales "para curarse de las puñaladas" que su familia ha recibido, "aunque se jugó el pellejo por salvar a Lorca", dijo.
"A Luis Rosales le tiraron huevos acusándolo de que había matado a Lorca", cuenta el autor, nacido en Granada en 1949, hijo de Gerardo Rosales.
El pacto de silencio que su abuelo impuso a la familia lo afectó también a él, quien, de niño, cuando preguntaba sobre el asunto, obtenía por toda respuesta un "cuando seas mayor de edad, te contaré los secretos de familia".
Ese día llegó en 1967, cuando su padre tuvo que sacarlo de los calabozos políticos y, de vuelta a casa, ambos entablaron una larga conversación.
Gerardo cuenta cómo García Lorca viajó de Madrid a Granada en julio de 1936, para pasar unos días con su familia antes de ir a la Argentina con el proyecto de llevar La casa de Bernarda Alba .
Sentencia de muerte
En Granada, tomada por los falangistas, García Lorca se encontró con el odio: "Se juntaba todo: la envidia porque la burguesía veía cómo triunfaba un paleto (rústico), ser homosexual y su compromiso político".
Lorca decidió refugiarse en la casa de Luis Rosales, algunos de cuyos hermanos estaban afiliados a la Falange.
"Los hermanos de Luis eran dirigentes de la Falange, y Lorca creyó que aquella sería una casa inexpugnable. Sabía que los Rosales habían protegido a otras personas y las habían ayudado a huir a zona republicana", expresó.
El poeta pasó allí siete días, hasta que cien falangistas fueron a la casa y lo detuvieron.
Antes, los falangistas hicieron violentos registros en la casa de la familia Lorca. "Destrozaron su piano, rompieron tinajas, colchones", cuenta Gerardo, quien relata en el libro cómo Concha, la hermana de Lorca, confesó dónde estaba para que no mataran a su padre.
Poco se sabe de cuánto tardaron en fusilar al poeta porque la orden de libertad que los Rosales consiguieron no llegó a tiempo. Ni siquiera su cadáver fue encontrado.