Cuando hablamos de lo que está en juego, podemos referirnos a muchas cosas. A cosas que antes aquí no eran así o que en otros países se resuelven de otra manera. Los niños inventan reglas propias para sus juegos que suelen ser infantiles e inocentes.
Los juegos de los mayores son más complicados y abarcan todas las áreas de nuestra existencia. La palabra ‘juego’ tiene muchas acepciones, tantas que podríamos decir que en todas nuestras acciones está implícito el juego. Lo podríamos aceptar como una broma o diversión, pero también considerarlo como el resultado de un acuerdo social mediante el cual se negocian sus reglas.
Así podríamos hablar del juego de la democracia donde los poderes del Estado deben mantener una absoluta independencia, aunque ahora no siempre esta se respete. No es broma cuando Al Gore dice, refiriéndose al calentamiento global, que “nuestra habilidad para sobrevivir es lo que está en juego”. Habla de algo tan serio como el juego de sobrevivir.
Juego limpio. Hay una regla ideal para todos los juegos y es que debe ser limpio. A su vez, cada juego tienen sus propias reglas las cuales, si no se respetan, acaban con él. No conocer las reglas del juego es un grave impedimento para jugar porque, al no ponerse de acuerdo los jugadores, sería como dar palos de ciego. Eso suele pasar en el juego del amor.
Cuando decimos que hay cosas que antes no eran así no es, necesariamente, porque cambiaron las reglas del juego sino porque los nuevos jugadores utilizan otras tácticas diferentes a las anteriores. Eso ocurre en las relaciones generacionales, de padres a hijos, o en el fútbol, que antes se jugaba con cinco delanteros y ahora con uno o dos, sin que las reglas hayan cambiado, pero sí su dinámica.
Cuando vemos que en otros países las cosas se resuelven de otra manera no es porque sus reglas del juego sean distintas sino que los jugadores son respetuosos de las mismas. Los países escandinavos tienen la mayor tasa de prosperidad. Allá los congresistas no gastan su tiempo en buscar la manera de frenar la evasión impositiva y hacer que la plata alcance para los inciertos gastos del Estado. Son felices porque, a pesar de la fuerte carga impositiva, confían en que tendrán a cambio seguridad, educación, salud e infraestructura acorde con lo que pagan al fisco. Son diferentes porque no se les ocurre la idea de jugar a no pagar lo que deben, movidos por un alto espíritu de solidarismo.
Cualquier día que abrimos el periódico nos encontramos con noticias sorprendentes que, por reiteradas, algún día dejarán de sorprendernos porque estarán integradas a nuestra identidad ciudadana.
Frente a la falta de permisos para las fiestas de Palmares alguien se desligó diciendo que “la ley se presta para varias interpretaciones”. El conjunto de leyes son las reglas del Juego Nacional y no se puede aducir ignorancia de estas ni interpretarlas como mejor conviene.
Para dotar de seguridad a la carretera a Limón el MOPT, por ley, debe obtener la licencia ambiental del Minaet, pero, al tener derecho a intervenir un espacio a cada lado de la vía, su jerarca dice que puede obviar ese permiso. En estos casos ¿cuál es el alcance de la ley?
Los muelles de Limón es un espacio que se presta para que el juego se enrede en la maraña de pulsos culturales, políticos y sindicales sin que nadie recuerde ya las reglas.
Las reglas del juego son totalmente inoperantes cuando uno (y su grupo) de los jugadores empieza a hacer lo que le da la gana sin que los demás tengan capacidad de reclamo. El acuerdo social queda roto unilateralmente y el aparato democrático se ve afectado. Si bien las reglas, en su mayoría, siguen existiendo, estas son manipuladas de acuerdo con intereses personales (o del grupo). Hacer que no se hizo, o decir que no se dijo, crean la sensación de un juego incierto al que nadie tiene el ánimo de prestarse. Se lo puede llamar juego político.
Las reglas del juego son muchas y variadas; todas ellas, necesarias para regular la armónica convivencia. El que adecua las reglas del juego a su conveniencia disfruta la efímera sensación de haber logrado un éxito personal, sin importarle que hizo trampa.