19/3/11. Feria del Agricultor, Tres Rios La Union. Don Mario Masis vende Copos y frescos en la Feria. Foto: eyleen vargas (Eyleen Vargas Davila)
Desde hace más de 40 veranos, un silbido de jilguero es símbolo de frescura en Tres Ríos de La Unión. No se trata de una señal de la naturaleza, ni de la música de una danza de la lluvia. Nada de eso. El armónico sonido se escucha todos los días y anuncia la llegada de Mario Masís con su carreta de copos.
Por las calles, el parque o la feria del agricultor,
La imagen del vaso plástico cargado con refrescantes cristales rojos ha sido, durante décadas, el oasis que buscan los vecinos cuando aprieta el calor en el cantón cartaginés.
Don Mario no está solo. Más allá del Paseo de los Turistas y su famoso
En la época seca, cientos de ellos se plantan con sus carretas a darle guerra a las altas temperaturas.
Recetas tradicionales u originales, nuevos sabores e ingredientes, son sus armas para lograr que la tradición de los copos se mantenga.
Muchos de los coperos encontraron en el hielo raspado la fuente para llevar el sustento y sacar adelante a sus familias.
Acompañamos a tres veteranos del oficio en una jornada soleada, para conocer su historia como soldados de esta tropa del hielo.
Al pie de
El dulce esponjoso que corona el postre es el sello personal de Copos Chumi. Si pregunta por Jorge en el parque de la Basílica de Los Ángeles, en Cartago, nadie sabrá darle razón.
Jorge nunca le arrugó la cara a ningún trabajo. Fue taxista, comerciante, mandadero, cogedor de café y panadero, hasta que halló el oficio ideal.
“En ese tiempo, era panadero, y un amigo que trabajaba como copero en el Parque de Cartago me pidió que lo ayudara un miércoles. Me enseñó cómo se hacían los copos y estuve como cuatro miércoles haciéndole el día. Al final, busqué una carreta alquilada y comencé, hasta que pude comprar mi propia mi carreta”.
Eran los días en que se vendía el copo en cono de papel. El granizado con dos leches costaba ¢150 y solo se usaba sirope de kola.
“La leche ha subido demasiado, el hielo también. Entre eso, los vasos y el sirope, un domingo puedo invertir ¢40.000. Si un copo con dos leches vale ¢800; con una, ¢600, y sin leche, ¢500, hay que vender unos ¢50.000 para que quede algo”, afirma.
Desde hace 33 años, está casado con Amelia Brenes Masís. Vive en San Blas de Cartago y, de martes a domingo, se levanta temprano y toma el bus. Antes de las 9 a. m. ya está al costado sur de la Basílica.
“De los copos ha salido mi casita y todo lo que tengo, aunque no es mucho. Con esto pago la luz, el agua, la comida y le di estudio a mis tres hijos. Tengo 54 años, me quebré la clavícula, no tengo un título y cuando usted tiene más de 35 años, ya lo piensan para darle trabajo”, asegura.
Los fines de semana veraniegos son, por mucho, los tiempos de vacas gordas. En un domingo soleado puede regresar a casa a las 5 p. m., después de haber vendido más de 100 granizados. En invierno la cosa cambia. Si llueve a las 1 p. m., se le acaba la venta.
Para
“En esto somos vigilados por el Ministerio de Salud. Siempre hay que ser cuidadoso, tener las manos bien lavadas, el cabello corto, estar bien rasurado y usar la gabacha, por supuesto”, dice con toda seriedad.
Vaya donde vaya, la carreta de don Carlos Luis Castro siempre llama la atención. En los costados, al frente y hasta en el techo, trae pintadas escenas que representan los símbolos y tradiciones del pueblo costarricense.
El amigo que se la pintó no le cobró ni un cinco. Al igual que la carreta, las pinturas fueron un obsequio para él, por casi medio siglo de demostrar su calidad humana vendiendo copos.
“Esta
La suya es una historia de lucha y superación. Desde muy joven, tuvo problemas con el alcohol, aunque fue su adicción la que terminaría acercándolo al negocio de los copos.
“Era un carajillo y trabajaba volando pala como peón de un señor. Me decía ‘ráspeme aquí’ y, de repente, cambiaba de opinión. Y uno con guaro no aguanta nada. Agarré la pala y le dije: ‘no le ayudo ni un minuto más’. Desde entonces, no le trabajo a nadie. Me hice de un carretillo de construcción y, cuando la plaza de Belén se llenaba de gente, me iba con dos marquetas de hielo”, recuerda.
Por entonces, los copos se vendían a 10 céntimos y él se las ingeniaba para conseguir el hielo, la maquinilla de raspar y el sirope de kola. No le iba mal, pero aún seguía pegadito a la botella.
“Una vez le alquilé la carreta a un carajo, casi regalada, para que vendiera copos en Orotina, tanta era la gana de beber guaro. Después tuve una carreta de madera, que de tanto andar conmigo ya tenía la llanta torcida y se metía sola en las cantinas”, recuerda en son de broma.
Fue hace más de 35 años que le prometió a
Y ha cumplido su promesa. Por eso lleva una imagen de la Virgen de los Ángeles y otra del Corazón de Jesús en la carreta de los copos. Con ellos va “conversando” todos los días, de camino por las calles de Belén.
“Me despierto a las 4 a. m., me siento en la cama a pedirle a Dios por todos: los chiquitos, los enfermos, los necesitados. Hay un avión que pasa a las 4:30 a. m. todos los días, con ese me levanto y me baño con agua bien helada”.
Su recorrido diario con la carreta comienza en La Ribera a las 8 a. m., baja caminando hasta San Antonio y Asunción, antes de regresar a su punto de partida, casi al anochecer. Frente a las plazas y las escuelas, encuentra su mayor clientela.
Hace dos años lo golpearon en un intento de asalto y aunque algunos dolores todavía le recuerdan esa triste tarde, a sus 70 años sigue trabajando con el ánimo del primer día.
“Un doctor me preguntó si quería dejar de vender copos porque estaba muy mal de las piernas. Mis hijos, que ya están mayores, también me lo pidieron. ¡N’hombre! Yo dejo de hacer esto, de
Mario Masís Villalobos estaba recién casado y trabajaba como operario en una fábrica, cuando sus jefes decidieron darle la liquidación. Pronto, en pocos meses, cumplirá 45 años de vender copos en Tres Ríos.
“Estuve una semana metido en la casa, hasta que un amigo me dijo que él vendía copos en Lourdes de Montes de Oca y no le iba nada mal. Lo acompañé varios domingos, aprendí el trabajo y comencé a venderlos en Concepción de Tres Ríos. Eran a peseta y a 35 céntimos con leche”.
Durante los primeros años, se venía caminando desde Concepción hasta Tres Ríos, empujando la carreta que él mismo fabricó. Luego descubrió un mejor mercado en el centro del cantón brumoso y se afincó en una esquina del parque central.
Todos los días, sale temprano de su casa en barrio Fátima y va por las calles silbando como un jilguero. Esa es la señal de que lleva la carreta llena de hielo, sirope, caramelo y frutas.
“El copo es algo tradicional, de pueblo. Lo que cambia es la receta, al principio era solo de kola, ahora se trabaja con siropes de naranja, zarza, limón, uva, menta y coco”, explica.
Con el tiempo, él también decidió innovar su producto. A la receta tradicional de hielo, sirope y leche en polvo, le agregó trozos de frutas en almíbar y un baño de dulce de leche.
“Todo el mundo me paga más de la cuenta, dicen que está muy barato en ¢600. Para mí, lo importante es la calidad, el buen trato y el buen precio. Si veo que un papá no tiene plata para comprarle un copo a sus dos hijos, le ofrezco 2x1, le hago uno más pequeño o le regalo un fresquito, pero nadie se va con las manos vacías”, añade.
Al menos una vez por semana, sale a Cartago para comprar el hielo, el sirope y las frutas.
Hoy, a sus 74 años,