En 1571, Rafael Sanzio recibió el pedido de la que sería su última obra, de parte del cardenal Julio de Médicis (luego, papa Clemente VII), destinada a su sede, la catedral de Narbona. A Sebastiano del Piombo también se le solicitó otro retablo para aquel recinto. Piombo se procuró ayuda de Miguel Ángel y otros artistas.
Las dos obras se produjeron en franca competencia; sin embargo, la pintura de Rafael quedó incompleta por su muerte, ocurrida en 1520. La obra no viajó a su destino inicial y está ahora en San Pietro in Montorio.
La pintura de Rafael versa sobre dos episodios de los evangelios: el acto de la transfiguración en el monte Tabor, y el vano intento de los apóstoles de aliviar a un niño poseído; al final, Cristo baja de la montaña y lo cura.
Además de que el maestro del orden renacentista por antonomasia haya sobrepasado la exigencia de “unidad” clásica (representó dos escenas sin relación alguna), el misterio de la obra es que lo presentado no es estrictamente un milagro, sino la incapacidad de realizar uno.
En la parte inferior faltan Cristo y sus acompañantes: Pedro, Santiago y Juan. La interpretación de este pasaje en el Renacimiento se relacionaba con la elección de Pedro como cabeza de la Iglesia, y se entendía la incapacidad de los apóstoles para realizar el milagro como consecuencia de la envidia de estos.
Dado lo anterior, la pintura de Rafael se inserta dentro de una larga tradición propagandística relativa a la primacía papal: Primatus Petri, Primatus Papæ .
Antes de la Reforma, las objeciones contra la primacía papal ya estaban presentes en Francia, y allí se sitúa la catedral de Narbona.
Un “no-milagro” recordaría que hasta los apóstoles se encontraban desamparados sin su príncipe, Pedro. En efecto, implorando su intercesión, hacia Pedro apuntan las manos de la parte inferior del lienzo; y, a través de él, a Cristo.