Todo comenzó en Tibás, un sábado, a las 8:30 de la mañana. Cielo azul, sol picante y mucho viento. Enero ya moría, pero este bonito sábado parecía un típico día de diciembre.
Con Kattia al mando de la cámara fotográfica y Marco Tulio como dueño del volante, nos encaminamos hacia la zona de Vara Blanca, en la provincia de Heredia.
Lo que queríamos era ver las cataratas de La Paz y San Fernando, que aparecen imponentes en el camino, pero nos encontramos con muchas más sorpresas en este paseo de un solo día, en el que los gastos son mínimos, y los placeres, máximos.
El recorrido está lleno de detalles visuales. El primero aparece cuando, luego de dejar atrás Santo Domingo y Heredia centro, se llega a la ciudad de Barva, con sus casas coloniales, sus techos de tejas y su hermosa iglesia blanca frente a un parque, como debe estar en todo pueblo tico que se precie de serlo.
Sabíamos que para llegar a Vara Blanca había que seguir los rótulos que conducen a Puerto Viejo de Sarapiquí. En ese momento íbamos a comprobar cuán buena estaba la señalización. Y resultó adecuada pues logramos avanzar sin ningún problema.
Transitar por esa ruta fue un gusto. Entre calles llenas de curvas moderadas, frente a un horizonte colmado con las verdeazuladas montañas heredianas, avanzamos por caminos bordeados de cipreses y cafetales. Uno de los rótulos nos indicó que, en ese momento, estábamos a 17 kilómetros de Vara Blanca y a 35 del Volcán Poás (en Alajuela).
Luego de pasar por El Roble de Heredia, continuamos hasta una intersección que permite desviarse hacia Fraijanes, a 12 km de Alajuela centro; pero, como lo nuestro estaba en Heredia, seguimos directo hacia Vara Blanca.
De pronto, unos contundentes chorros de agua llamaron nuestra atención e hicimos nuestra primera parada. Al bajar del carro nos recibieron una brisa helada, un montón de helechos, un puñado de "chinas" (florecitas rosadas tan típicas de nuestros jardines), un puentecito de piedra y un río fuerte y cristalino, con orillas llenas de musgo. ¡Ah!, también estaba ahí una cabra blanca, que de inmediato se acercó, curiosa, y posó para nuestra fotógrafa.
En ese paraje nos quedamos como media hora. Eso demuestra que éramos principiantes en la ruta, pues, de haber sabido la belleza de las dos cascadas que nos esperaban, hubiéramos visto esos chorros quizás con menos interés.
Pocos kilómetros más adelante nos llamó la atención una decena de vacas, echadas en un pastizal, perezosas y dormilonas, sin tener la menor noción de lo que significa la palabra estrés. Varias fotos más y seguimos nuestro camino.
En un pueblo que de fijo se llama Los Cartagos (porque todos los negocios cercanos se llaman así), empezamos a ver las ventas de natilla, bizcochos y queso fresco, los rótulos que anunciaban alquileres de cabañas y los puestos con bolsas de manzanas, ciruelas y toronjas rellenas.
De pronto llegamos a una intersección. Si seguíamos directo íbamos a llegar al volcán Poás (a 16 km). Si doblábamos hacia la derecha, tomábamos el camino a Puerto Viejo. A la derecha fuimos y, luego de detenernos ante una iglesita antigua, un poco sola entre tanto terreno, seguimos avanzando por la carretera, que mostraba cada vez más restaurantes, más casas con ropa tendida al viento y más curvas pronunciadas. Ya estábamos en Vara Blanca.
El lugar de los hechos
A los diez minutos nos encontramos con la catarata La Paz. Es un golpe visual tremendo porque la cascada emerge de pronto e impacta la vista. Queda al costado izquierdo de la calle, frente a un puente viejo de grandes tucas de madera. Sobre varias de esas tucas hay focos, por lo que ver de noche ese monstruoso chorro cristalino debe de ser un espectáculo. En todo caso, también lo es de día.
Las reacciones de la gente son siempre las mismas: de asombro. Para muestra, un ejemplo: cinco minutos después de que llegamos al lugar, arribó una microbús llena de turistas "gringos" y empezó la locura. Se desenfundaron por lo menos 30 cámaras fotográficas desde desechables hasta profesionales, varios trípodes y algunas cámaras de video. Entonces, uno tras otro, se empezaron a disparar los flashes. Además, se hizo una fila humana por un caminito paralelo a la catarata, que pasa por un altar y llega hasta la parte trasera del grandísimo chorro. Ahí, el espectáculo es genial, y el viento hace que cientos de gotitas caigan sobre la piel, provocando la famosa "piel de gallina". Todos quieren foto.
La fuerte caída de agua se derrumba cristalina, casi azul, hasta estallar contra el río, donde forma remolinos de espuma blanca sobre un fondo celeste. Esto ocurre mientras Eliécer y Aleida, de 12 y 10 años, respectivamente, venden ciruelas, manzanas, duraznos, mangos, fresas, nectarinas, queso tipo palmito y bizcochos en un pequeño puesto.
Estos morenos vecinos de Poasito de Alajuela ofrecen su mercancía al tiempo que sirven de informadores de turismo.
Luego de media hora de tener la vista en reposo ante el paisaje, seguimos adelante. Minutos después, a lo lejos a la derecha del camino, se divisa la catarata San Fernando, aun más alta que la de La Paz. Tal vez el mejor punto para observarla está justo al lado del rótulo del ICE que indica que en ese pueblo, Cinchona, hay teléfono público. Otro buen lugar es el mirador que está pocos metros después.
Tras este manjar visual pasamos frente a la fábrica de mermeladas y leche condensada El ángel. Pensamos que luego nos íbamos a encontrar una tercera catarata, pero la señora del peaje se encargó de informarnos de que la catarata de El ángel no está tan a la vista. Hay que pegarse una buena caminada (incluso atravesando ríos) para llegar adonde cae con furia.
Así pues, seguimos un poco más, solo por curiosear, hasta que nos encontramos la desviación que lleva a la bella laguna del Hule; pero, como decía un viejo programa de dibujos animados: "Esa, pequeño Adam, es otra historia"; o sea, ese será el contenido de otro artículo que publicaremos en esta misma sección dentro de unas cuantas semanas.
Mientras tanto, sí podemos contarles que al regreso pasamos a conocer el mirador que se encuentra en La Cinchona (lleno de antigüedades, billetes, monedas y, claro, una vista maravillosa de la catarata San Fernando), y paramos a almorzar en un pequeño restaurante donde vendían gallos y casados. Nos comimos un casado, cocinado en horno de leña, con buena "feria": una blanca y jugosa tajada de queso y tortillas palmeadas.
Para ese momento eran como las 2:30 p. m., así que emprendimos el regreso y volvimos a disfrutar de todo lo que hasta aquí se ha referido, solo que en dirección contraria. A las 5 p. m. estábamos de nuevo en Tibás.
Cómo, dónde, cuándo
Qué: Cataratas La Paz y San Fernando.
Dirección: Vara Blanca de Sarapiquí, Heredia. Hay que tomar la siguiente ruta: Heredia centro-Barva-El Roble-Los Cartagos-Vara Blanca.
Comodidades: Hay restaurantes y ventas de comida a lo largo del camino. La calle está pavimentada y, en general, en buenas condiciones. Es mejor llevar abrigo.
Duración del recorrido: Desde San José se tarda unas cuatro horas (avanzando lentamente y haciendo varias paradas en el camino).