He seguido por la prensa el comentado deceso del cocodrilo Pocho, de don Gilberto Shedden (conocido como Chito), estimado por algunos como intrascendente y hasta burlesco. Mas, tras analizar lo particular de este vínculo afectuoso entre un ser humano y un animal que por milenios ha sido visto como un depredador despiadado, a mí me abrió aún más la perspectiva moral en torno a los animales.
De primera entrada, llama la atención ese contraste entre la imagen negativa que usualmente se tiene de un cocodrilo y el vínculo tan particular que tenían estos dos amigos. De ahí que este caso siente un precedente que ayuda a derribar un estigma discriminatorio más en contra de seres con emociones que son considerados bestias desalmadas, pero que luego, contra toda suposición, pueden llegar a tener lazos afectuosos con nosotros los humanos. Esto, para mí, es un ejemplo más que muestra el respeto y consideración del que son meritorios los animales no humanos, independientemente del concepto que tengamos de ellos. Ellos sienten, ellos sufren, ellos tienen intereses esenciales y ellos pueden formar relaciones afectuosas como nosotros. Pocho no fue la excepción. Ningún animal lo es.
Quizás el cocodrilo Pocho fue más amigo para Chito de lo que incluso pudo haber sido un humano. Por eso, ese vínculo recíproco formado por ellos es fundamento suficiente para consideración moral de nuestra parte (nótese que uso “recíproco”, lo cual excluiría a entes exánimes).
Este fue el caso de un cocodrilo, pero puede aplicarse también a otros animales con estigmas similares, como tiburones o leones, por ejemplo. Pocho era merecedor de respeto y consideración moral no por lo que significaba para Chito, sino por el simple hecho de tener las facultades para forjar lazos afectuosos recíprocos, con humanos o con los de su misma especie.
Para ilustrar esto mejor, está el caso de una niña que murió en abril al devolverse a su casa en llamas para rescatar a su amigo inseparable, un perro llamado Beethoven. Ella no dudó en arriesgar su vida por ese ser que, de una u otra forma, había movido su corazón al punto de no importarle poner en riesgo su vida con tal de salvar a su amigo. Por eso, las facultades emocionales e intereses inherentes de estos seres, como ejes centrales de la moralidad, los hacen dignos de inclusión en nuestro ámbito moral.
Bien decía Gandhi que el progreso moral de una nación puede juzgarse por cómo tratan a sus animales. Si bien el caso de Pocho y Chito es algo aislado, puede sentar un precedente y reiterar a la sociedad el vínculo recíproco tan fuerte que podemos forjar con los animales, sean caballos, perros, gallinas, chanchos, iguanas o cocodrilos, y que, solo esa capacidad, ya amerita que no los excluyamos de nuestra esfera moral y los tratemos con respeto.
Chito le salvó la vida a Pocho, y, contra todo pronóstico colectivo, Pocho le retribuye a Chito con una amistad incondicional. Lo que se creía era una bestia despiadada resultó ser un amigo que sacó lágrimas al partir.