
Ha pasado casi un cuarto de siglo desde que se proyectó por primera vez la película Wall Street y el filme parece más relevante que nunca. Las santurronas diatribas de los magnates financieros que denuncian al presidente Obama, parecen todas variaciones del famoso discurso “la avaricia es buena” de Gordon Gekko, mientras que las quejas de “Ocupemos Wall Street” suenan muy parecido a lo que Gekko dice en privado: “Yo no creo nada. Yo poseo”, declara en cierto momento; en otro, pregunta a su protegido: “Bueno, no eres tan inocente como para pensar que vivimos en una democracia, ¿verdad?”.
Sin embargo, con el beneficio de la retrospectiva, podemos ver que la película se salió de cauce un poco hacia el final. Termina con Gekko llevándose su merecido y la justicia servida gracias a la diligencia de la Comisión de Valores y Bolsa. En realidad, la industria financiera sencillamente siguió volviéndose más y más poderosa, y castraron a los reguladores.
Y, de acuerdo con Intrade –especialista en predicciones de mercado—, hay un 45% de posibilidades de que un Gordon Gekko de la vida real se convierta en el próximo candidato presidencial republicano.
No soy, por supuesto, la primera persona en notar la similitud entre la carrera empresarial de Mitt Romney y las hazañas ficticias del antihéroe de Oliver Stone. De hecho, el grupo que tiene apoyo laboral Americans United for Change (Estadounidenses Unidos por el Cambio) está utilizando “Romney-Gekko” como la base para una campaña de anuncios. Pero hay aquí un asunto que va más profundo que las andanadas contra Romney.
Esto, por cuanto la ortodoxia actual entre los republicanos es que no podemos siquiera criticar a los ricos, mucho menos exigir que paguen impuestos más altos, porque son “creadores de empleo”. Sin embargo, la realidad es que bastantes de los ricos alcanzaron tal condición destruyendo empleos, antes que creándolos. Y la historia empresarial de Romney ofrece una buena ilustración de ese hecho.
Los Angeles Times investigó recientemente el historial de Bain Capital, la firma privada de valores que Romney administró de 1984 a 1999. Como el informe hace notar, Romney ganó mucho dinero durante esos años, tanto para él mismo como para los inversionistas, pero lo hizo en formas que a menudo perjudicaban a los trabajadores ordinarios.
Bain Capital se especializaba en compras apalancadas, adquiriendo el control de compañías con dinero prestado, garantizado contra las ganancias o activos de esas compañías. La idea era aumentar las ganancias de las compañías adquiridas para después revenderlas.
Pero, ¿cómo se iban a aumentar las ganancias? La imagen popular –a la que en parte dio forma Oliver Stone– es que las compras siguieron inmisericordes recortes de costos, en gran parte a expensas de trabajadores que perdieron sus empleos o que vieron reducidos sus salarios y beneficios.
Y si bien la realidad es más compleja que esta imagen –algunas compañías se han expandido y agregado trabajadores después de una compra apalancada—contiene más que un grano de verdad. Un análisis reciente de “transacciones de valores privadas” –el tipo de compras y tomas en que se especializaba Bain—hizo notar que las empresas en general siempre están creando y destruyendo empleos, y eso también es cierto de compañías que eran blanco de compras y tomas.
No obstante, la creación de empleo en las firmas tomadas como objetivo no es mayor que en firmas similares que no lo son, mientras que la “destrucción bruta de empleo es sustancialmente más alta”.
Entonces, Romney hizo su fortuna en un negocio que, en resumen, tiene más de destrucción de empleo que de creación de empleo. Y debido a que la destrucción de empleo perjudica a los trabajadores mientras aumenta las ganancias e ingresos de los altos ejecutivos, las firmas compradas con apalancamiento han contribuido a la combinación de salarios estancados e ingresos elevados en la cima que ha caracterizado a los Estados Unidos desde 1980.
Ahora bien, acabo de decir que la industria de compras apalancadas como un todo ha sido una destructora de empleos, pero ¿qué hay de Bain en particular? Bueno, según al menos un criterio, durante los años de Romney, Bain parece que se especializó en ser especialmente dura con los trabajadores, dado que cuatro de sus 10 blancos principales por valor en dólares acabaron por ir a la quiebra. (No obstante, Bain ganó dinero en tres de esos tratos). Esa es una tasa de fracaso mucho más alta que la que es corriente incluso para compañías que pasan por compras apalancadas, y cuando las compañías se hundieron muchos trabajadores terminaron por perder sus empleos o sus pensiones, o ambas cosas.
Entonces, ¿qué aprendemos de esta historia? No que Mitt Romney el empresario fuera un villano. Contrario a las afirmaciones de los conservadores, los liberales no salen a demonizar o castigar a los ricos, pero sí objetan los intentos de la derecha por hacer lo opuesto, a canonizar a los ricos que se espera que todos los demás hagan debido a las cosas maravillosas que supuestamente hacen por el resto.
La verdad es que lo que es bueno para el 1% –o aún más, para el 0,1%– no necesariamente es bueno para el resto de los Estados Unidos y que la carrera de Romney ilustra a la perfección ese punto.
No hay necesidad ni razón para odiar a Romney y otros como él. Sin embargo, sí necesitamos hacer que tales personas paguen más en impuestos y no debemos dejar que mitos sobre “creadores de empleo” interfieran. Traducción de Gerardo Chaves para La Nación
Paul Krugman es profesor de Economía y Asuntos Internacionales en la Universidad de Princeton y premio Nobel de Economía del 2008.