TERROR EN EL MAR: un submarino atómico ruso está a punto de explotar cerca de los Estados Unidos, lo que supondría una respuesta inmediata de este país y el inicio de una guerra devastadora. Fue un hecho real, sucedido en 1961. Ahora el cine lo retoma y lo recrea en la película K-19, que lleva como subtítulo La nave maldita (2002).
En junio de 1961, los altos mandos militares de la desaparecida Unión Soviética insistieron en lanzar al mar un submarino K-19 equipado con avanzada tecnología nuclear. Era parte de la Guerra Fría de entonces. Solo que la nave no estaba preparada para esa decisión.
Cuando, al bautizar el submarino, la botella de champán no se rompe, los que saben de vocabulario naval sienten que puede haber algo más que mala suerte en el viaje del submarino. Y así sucede, desde el comienzo, cuando cambian en el puesto de mando al capitán Polenin y, en su lugar, designan al capitán Vostrikov, militar duro, de una terquedad y rigurosidad pasmosas.
Vostrikov somete a la nave, en su viaje, a una serie de simulacros de guerra de alta exigencia, con los que el resto de la tripulación no está de acuerdo y que llevan a choques de mando entre Polenin y Vostrikov. El submarino no sale bien parado de esas pruebas y se convierte en nave maldita por una ruptura en la estructura principal de su reactor nuclear.
Ante la amenaza de una explosión termonuclear, los hombres son llevados a reacciones últimas (aparece la tensión necesaria, porque la película se agotaba en la descripción de los simulacros). La tragedia llega -así- al submarino. De ella se habló poco, y no es sino hasta ahora que surgen los testimonios de aquel trance que pudo ser apocalíptico.
En todo caso, cuando en la Rusia actual se vio la primera versión de K-19, la película, hubo reacciones adversas por la manera cómo ahí se retrata a los soviéticos de entonces: indisciplinados, torpes, incultos y borrachos, cuando se trataba de soldados perfectamente entrenados. No deja de ser una versión sesgada del filme.
En todo caso, la película demuestra el buen oficio de la directora Kathryn Bigelow, quien debe sobreponerse al suspenso esporádico del relato, y lo hace con elegancia y creatividad visual, que -a la vez- se nutre de las más tradicionales formas heredadas por el filón de filmes con submarinos (incluidas las consabidas tensiones humanas en un ambiente cerrado, claustrofóbico).
Hay momentos de la película en que la narración se estanca, en otros se torna dinámica: esa es su irregularidad, y de ella se impregnan los actores principales: Harrison Ford (como Vostrikov) y Liam Neeson (como Polenin), en una película que pudo ser algo más que entretenimiento: en esto queda.