Louisville (EEUU). Una persona al borde de la muerte recibió hoy el primer corazón artificial, totalmente automático, en una operación pionera en el Hospital Judío de Louisville (Kentucky) que podría prolongarle la vida 30 días.
Las autoridades del hospital indicaron que la persona "descansa confortablemente" después de la intervención, pero no dieron detalles sobre la edad o el sexo de quien fue sometido a la operación.
La Dirección de Alimentos y Fármacos (FDA por sus siglas en inglés) había autorizado la operación experimental, con el aparato Abiocor que fabrica la empresa Abiomed, de Danvers (Massachusetts), sólo en pacientes con enfermedad cardiaca crónica y no aptos para trasplantes de corazón humano.
Los pacientes considerados para este procedimiento no han de tener una expectativa de vida de más de 30 días, y el objetivo de esta fase experimental con el Abiocor es extender la supervivencia hasta 60 días.
La intervención, llevada a cabo por cirujanos de la Universidad de Louisville, la dirigieron los médicos Laman Gray y Robert Dowling, quienes habían ensayado la implantación del aparato en terneros.
El artefacto, fabricado por la firma Abiomed Incorporated, de Danvers (Massachusetts), tiene el tamaño de un pomelo y está diseñado para que las personas que lo reciban puedan desempeñarse normalmente después de la operación.
El Abiocor consiste en una unidad que se implanta dentro del pecho y que incluye una batería recargable con bobina y control electrónico miniaturizado, y una batería que se usa fuera del cuerpo.
La unidad interna, que pesa unos 900 gramos, incluye dos ventrículos artificiales con sus válvulas correspondientes y un sistema de bombeo hidráulico con motor.
El conjunto electrónico, que se implanta en la región abdominal, vigila y controla el desempeño del sistema incluida la velocidad de bombeo del corazón sobre la base de la demanda fisiológica del paciente.
Actualmente la única esperanza de ampliación de vida para los pacientes que sufren una enfermedad cardiaca grave es el trasplante con corazón humano. Cada año hay en Estados Unidos unas 150.000 personas que necesitan un trasplante de corazón, mientras que el número anual de donantes sigue siendo de unos 3.000.
Los corazones artificiales implantados desde los años ochenta consisten en artefactos que deben estar conectados con cables y tubos a maquinarias fuera del cuerpo del paciente.
El primero de tales corazones artificiales, un Jarvik-7, lo recibió en diciembre de 1982 Barney Clark, quien murió después de sufrir durante 112 días convulsiones, fallo renal, problemas respiratorios y, finalmente, un colapso de varios órganos.
La persona que vivió más tiempo con uno de estos corazones fue William Schoreder, de Indiana, quien murió 620 días después de que fuera conectado al aparato.
El inconveniente mayor del Jarvik 7 era que funcionaba con pulsos de aire que sacudían al paciente con cada "palpitación" de bombeo. El paciente debía permanecer conectado a una máquina ventilador exterior y tenía grandes mangueras que penetraban en el pecho por orificios propensos a las infecciones.
Actualmente hay una docena de compañías y centros de investigación académica que trabajan en la producción de aparatos que reemplacen todo o parte del corazón.
La tecnología actual permite el uso de motores pequeños que pueden implantarse en el cuerpo, y el diseño y los materiales más livianos hacen aparatos con menos resquicios donde puedan formarse coágulos.
La combinación de microprocesadores que ajustan el flujo de sangre a las necesidades del cuerpo con baterías de litio como las que usan los teléfonos celulares, han reducido enormemente el tiempo que un paciente debe estar conectado a las fuentes de energía.
Un haz de ondas de radio hacia la bobina implantada dentro del tórax convierte las señales en electricidad.
El gobierno había autorizado a cinco hospitales para que prepararan equipos de cirujanos para este procedimiento. Los otros son el Brigham and Women y el Hospital General de Massachusetts, en Boston; el Hospital de la Universidad Hahnemann en Filadelfia (Pensilvania); el Instituto Cardiaco de Texas, en Houston, y el Centro Médico de la Universidad de California en Los Ángeles.
Edición periodística: Adriana Quirós Robinson, Nacion.com Fuente: agencias.