María, de Jorge Isaacs, adaptación de Víctor Valdelomar. Del Teatro Estudio de la Universidad Nacional.
Coreografía: Nandayure Harley. Diseño de vestuario: Francisco Alpízar. Diseño de luces: Emilio Aguilar. Música de Ludmila Tarassova. Diseño de escenografía: Pilar Quirós. Asistente de dirección: Emilio Aguilar. Dirección: Luis Carlos Vásquez.
Teatro Fanal. Función del 8 de julio.
La novela María , del colombiano Jorge Isaacs (1837-1895), es casi un lugar común al hablar de la literatura romántica latinoamericana. María apareció en 1867, y desde entonces se repite en lecturas colegiales, en cursos universitarios y en el gusto de muchos.
Por eso no es extraño que se haya convertido en novela llevada al cine, a la televisión y también al teatro. Aquí está, precisamente, en una nueva versión responsabilidad del Teatro Estudio de la Escuela de Arte Escénico de la Universidad Nacional.
Después de ver esta puesta en escena, entendemos las reglas del juego: se trata de una adaptación de Víctor Valdelomar que deviene texto sin intensidad dramática ni complejidad alguna en los personajes; por eso, resulta esquemático, sin proceso, pasión ni exigencias.
Primero, muestra a un grupo de estudiantes que nos habla de la validez literaria de María y de Jorge Isaacs. Nada importante, pero que en escena permite algunas resoluciones visuales (imágenes) que son advertencia de lo que vendrá después.
Luego, nos vemos ante un grupo de estudiantes de artes dramáticas que quiere hacer una propuesta escénica sobre María , y lo que sigue es un juego siempre mal compaginado entre ambos espacios: el de los estudiantes y el de su representación. Alguien diría que eso es teatro en el teatro, pero suena ampuloso, porque lo que hay es un simple intercambio de situaciones que deja cabos sueltos.
En escena, nos llega por montones lo que fue advertencia al principio, esto es: un lisonjero entramado de imágenes. Tal vez sean imágenes elegantes y bien logradas, tal vez originales, pero aún así algunas resultan gratuitas, otras estorbosas, otras efectistas y muy pocas oportunas. Vano esfuerzo del director Luis Carlos Vásquez por hacer teatro envolvente, pero que resulta lo contrario por culpa de un entramado visual entendido como un fin en sí mismo.
Por supuesto, hay cosas que podemos rescatar: el esfuerzo de los jóvenes actores por dar carácter a sus respectivos trabajos (se siente que quieren hacerlo bien), las buenas dicciones de los histriones (el asesor vocal es Danilo Chávez), el buen diseño de vestuario de Francisco Alpízar y el mejor de luces de Emilio Aguilar. La música de Ludmila Tarassova es oportuna, la coreografía de Nandayure Harley es expresiva, pero la escenografía de Pilar Quirós es apenas funcional.
Entre esos altibajos, el arrebato romántico de la historia de Efraín y María quedó innecesariamente diluido.
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