El excanciller y hoy exembajador ante la ONU, Bruno Stagno, finalmente, se vio obligado a soltar un hueso que resultó cargado de hormigas, tanto para él como para sus jefes, el canciller René Castro y la presidenta Laura Chinchilla.
Una sólida formación académica y una prometedora carrera diplomática, apadrinadas en buena parte por el exmandatario Óscar Arias, no fueron suficientes para frenar los ímpetus de Stagno, convertido ahora en un pacificador de tempestades.
Para perpetuarse en el servicio diplomático –no estoy seguro de que solo fuera por razones personales– Stagno promovió y firmó un acuerdo que lo nombraba embajador ante la ONU y, de paso, reubicaba a su último titular, Jorge Urbina, en una embajada inexistente.
Sin la presencia de Stagno, pues ya era demasiado, el anterior Consejo de Gobierno avaló los nombramientos y le heredó al nuevo Gobierno la violación del deber de probidad, consagrado en nuestra Ley contra la corrupción y el enriquecimiento ilícito en la función pública.
Esa legislación (8422) obliga a los funcionarios públicos “a orientar su gestión a la satisfacción del interés público”.
Adicionalmente pide “demostrar rectitud y buena fe en el ejercicio de las potestades que le confiere la ley; asegurarse de que las decisiones que adopte en cumplimiento de sus atribuciones se ajustan a la imparcialidad y a los objetivos propios de la institución en la que se desempeña”.
Según un informe de la Cancillería, la actuación de don Bruno es un claro conflicto de intereses y, yendo más allá, el procurador de la ética pública, Gílberth Calderón, ratificó que violó el deber de probidad sancionado con el despido sin responsabilidad patronal.
El actual Gobierno quiso sostener a Stagno argumentando que su actuación era “poco elegante, pero legal”. ¡Lastimera justificación diplomática!
Sin embargo, a estas alturas de la gestión Chinchilla, el hueso de don Bruno ya estaba cargado de hormigas y resultó, como debió ser desde mucho tiempo antes, insostenible.
¡Cuidado!, este Gobierno ya lleva tres tropezones serios: el apoyo frustrado al alza salarial para los diputados, la renuncia obligada de don Bruno y una reciente pifia de don Alfio Piva: insinuar que los trabajadores pueden “engañar” a sus patronos para disfrutar del Mundial de Futbol en horas laborales.
