“Ojo por ojo, diente por diente” es lo que se desprende con más renombre del Código de Hammurabi. En 1764, un italiano adelantado a su época se cuestionó lo inhumano de desmembrar en pedazos a un hombre. Cesare Beccaria se opuso a la pena de muerte. “El hombre es el lobo del hombre”. Muchos se mofan por las redes sociales de las condiciones paupérrimas e insalubres de los privados de libertad, esperanzados de que sean violados, o quizá sugiriendo la instauración de la cadena perpetua o de la pena de muerte.
Poncio Pilato vivió en carne propia lo que hoy muchos llaman el ‘punitivismo popular’: algo así como castigar fuertemente a otro para saciar la sed de venganza del pueblo. No importa que ese pueblo no tenga razón alguna, lo importante es mantenerlo callado y feliz. Aquella tarde, Pilato en una encrucijada entre su deseo de liberar a Jesús o apaciguar el descontento del pueblo, decidió de la forma más simple: lavarse las manos y cumplir con lo segundo. Hoy yo diría que es el Dios de los punitivistas, de esos que se cuentan dentro de nuestra Sala III.
Hay un morbo o un placer muy íntimo por el sufrimiento ajeno: ojos, dientes, piernas, cabeza y lenguas hace unos siglos. Hoy, un tanto menos caníbales que antes, queremos hacinamiento, violaciones en las cárceles, que se les niegue no solo el derecho a la libertad de tránsito: ellos no merecen salud, trabajo, estudio: no merecen vivir.
Por años, el Gobierno nos ha hecho creer que la seguridad ciudadana se resuelve con más policías, más cárceles, más fiscales. Nos han hecho creer en lo que ellos quieren que creamos: en la represión. Yo les quiero recordar una palabra aceptada por la RAE (no así por el diccionario político del Gobierno): la inversión social.
¿No se han dado cuenta que, por más cárceles que tenemos y más reos dentro sus celdas, los homicidios continúan, los robos aumentan, las violaciones no se reducen? Paremos un momento de pensar en nuestro morbo y empecemos por preguntarnos por una política criminal que no nos satisfaga nuestro hígado, sino que promueva soluciones. Yo los invito a dar un paso adelante y exigirle al Gobierno lo que ha callado por años: inversión en educación, en salud, en vivienda. Yo sé que es difícil para muchos no desearle a un homicida que él pague con su vida, pero esto nunca resolverá la raíz del problema.
Quienes roban y matan no nacieron por generación espontánea, se desarrollaron en la misma sociedad suya y mía, aun existiendo la cárcel. La cárcel es el remedio que tenemos para satisfacer nuestro morbo, pero no es el remedio para solventar el enorme reto de la seguridad ciudadana.
Hoy les propongo entonces que cambiemos una palabra por otra: ‘represión’ por ‘inversión’, y les aseguro que no vamos a necesitar tantas cárceles como pomada canaria. Nuestro morbo nos ha llevado a lo que tenemos hoy: inseguridad. Somos nosotros, los ciudadanos, los responsables de hacer popular ese punitivismo.