
Ganar ¢1.000 millones con la lotería navideña del año pasado, lejos de traerle paz y tranquilidad, se convirtió en el inicio de un calvario que lo llevó al borde de la muerte.
Antes de que el número 41 y la serie 744 salieran de las ánforas de la Junta de Protección Social (JPS), este hombre era un vecino ordinario de un barrio del sur de San José y tenía las preocupaciones de cualquier asalariado.
Sin embargo, los problemas del “afortunado” dueño de uno de los enteros favorecidos con el premio mayor se dispararon apenas le depositaron el dinero.
Con solo 34 años, la presión súbita de contar con tanto efectivo y de no saber qué hacer con él y las constantes llamadas de personas que le ofrecían negocios o que le pedían prestado, hicieron que este hombre sufriera un infarto solo cuatro meses después de haberse convertido en millonario.
La ansiedad, el estrés y el sentimiento de culpa le estaban pasando una alta factura.
“Estaba amenazado por unos tipos que querían quitarme la plata. Mis conocidos y familia me llamaban y me pedían dinero; el teléfono no paraba de sonar.
“Tenía mucha presión en el trabajo; yo continué trabajando cinco meses más en la empresa después de ganarme la lotería, pero la gente siempre cuestionaba mi decisión. Yo solo quería seguir viviendo”, comentó el ganador en una entrevista concedida a La Nación, días atrás, en el comedor de su amplia, bien amueblada y poco usada casa.
El hombre –quien aceptó contar su historia con la condición de no divulgar su identidad– dijo que, en un principio, accedía a las peticiones de ayuda económica para los demás. Pero llegó un momento en que las solicitudes lo atormentaban y temía que, si seguía en ese ritmo, se “iba a quedar sin nada”.
“La mayoría de mi familia y amigos se alejó de mí y me dejó de hablar porque pensaron que yo era la solución para ellos; eso me llenaba de ansiedad. Las personas que se me acercaban era solo por interés. En algún momento sentí una soledad terrible y espantosa.
“No podía solucionarle los problemas económicos a toda Costa Rica”, aseveró.
“Me cuestionaba si estaba haciendo bien las cosas; me daba mucho temor ir y gastar ¢100 millones en una casa. Eso me atormentaba, me sentía superculpable mientras otras personas no tenían ni qué comer”, añadió el josefino.
Cambio de vida. Este joven relató que la empresa donde trabajaba le regaló el entero de la lotería navideña como un premio por su desempeño laboral.
Luego de que recibió el premio, comenzó a visitar lugares más finos, a pedir postre cuando iba a comer con su hija y a comprar ropa y zapatos de marca.
Pasar de vivir en una casa llena de ratones y cucarachas a otra en un exclusivo condominio, rodeada de seguridad y lujos, también cambió la forma como se relacionaba con las demás personas.
“La gente me hablaba diferente, como con respeto; yo no entendía por qué. Todo el mundo ya sí me saludaba solo porque tenía dinero, como si eso fuera lo más importante” , comentó con algo de molestia.
¿En qué gasto el dinero? Esa fue una de las primeras preguntas que trató de contestarse.
“En mi empresa (donde trabajaba), los directivos se mostraron muy preocupados por mí y me ayudaron a buscar un analista financiero que me guiara en el proceso. Yo siempre fui pobre, nunca tuve más de ¢500.000 en mi cuenta”.
Una casa para él y otra para su hija, la remodelación del hogar de su mamá, muebles, un carro último modelo, viajes y educación, figuraron entre sus primeras inversiones que, sumadas a otros gastos realizados este año, han descontado de su cuenta ¢300 millones.
El resto del dinero lo invirtió en la Bolsa Nacional de Valores, en títulos del Estado. Dicha inversión le genera entre ¢5 y ¢6 millones mensuales de interés que, según dijo, “es poco dinero” para el estilo de vida que lleva ahora.
Sin embargo, admitió que el hecho de tener tantas cosas y de poder comprarse lo que quiera no es suficiente para alcanzar la felicidad.
“Cuando me dio el infarto, el dinero no me sirvió para nada; eso lo hace a uno recapacitar sobre el verdadero sentido de la vida.
“En ese momento, deseaba la salud de cualquier indigente. El dinero no lo es todo, hay cosas más importante que uno no compra como la felicidad, el amor y la paz.
“Para una persona que ha sido pobre toda su vida, darse cuenta de que, de un momento a otro, es millonario es supercomplicado. Uno no sabe de finanzas; yo no sabía cuánto eran ¢1.000 millones; es muy extraño y complicado manejarlo”, manifestó.
De hecho, comentó que está recibiendo terapia psicológica para superar la culpabilidad que siente al gastar dinero.
“Odio los lugares caros y finos, me da miedo sentir que estoy aparentando. Cuando voy a ese tipo de sitios, me siento mal y me da una crisis de ansiedad porque yo me cuestiono mucho el aparentar de las personas. Esas apariencias las odio y las vomito”, dijo.
Según comentó, a él prácticamente lo hicieron renunciar de su trabajo por su propia seguridad, situación que le dolió mucho porque amaba sus labores. Por el momento, se dedica a estudiar y vive de los intereses del premio.
“Ahora trato de estar bien, ya no estoy tan solo. Hoy tengo una novia que me respeta, paso más tiempo con mi hija. De las cosas buenas que describiría de ganar la lotería, es la tranquilidad económica que uno tiene. Vivir de rico es placentero, pero nada más, no da felicidad”.
La palabras con que terminó la entrevista no son las que se esperarían de un ganador de ¢1.000 millones en la lotería: “Yo no me considero una persona feliz; en eso estoy, en la búsqueda de la felicidad”.