
La película Bourne: El ultimátum (2007) tiene un metraje de poco menos de dos horas, pero si resumimos su argumento, solo queda decirles que Jason Bourne viaja más que el judío errante de la leyenda, que la memoria la recupera aún más, que pelea con todo el mundo y que retorna a sus orígenes, al lugar de donde salió.
Es todo. En el plano argumental, este filme muestra el desinterés más definitivo por estructurar una historia más compleja, a menos que los recuerdos de Bourne sean considerados puntos de giro o rupturas de la trama, pero esto es forzar demasiado el asunto.
Por eso, la densidad dramática se pierde. Uno puede adivinar qué sigue, incluso cuál será el país a donde llegará Jason Bourne, quien cruza fronteras como perro por su casa. Estamos ante un largometraje que no plantea nada nuevo, pero, eso sí, que está muy bien resuelto por parte del director inglés Paul Greengrass.
Dicen que Dios le da lagañas a quien no tiene pestañas. Por dicha, esta película encontró en Paul Greengrass a un gran manejador del campo visual. Por eso, si al filme le falta densidad temática, de sobra muestra intensidad en la acción. El frenesí es constante. La vehemencia de la acción se manifiesta de manera volcánica: la lava quema.
Esta tercera cinta en las aventuras de Bourne es la de más fibra.
Recordemos que en los anteriores filmes tenemos cómo Jason Bourne trata de descubrir quién es él, el título del filme es Identidad desconocida (2002). Luego, el antihéroe comienza su venganza por lo que le hicieron, con el título La supremacía Bourne (2004). Ahora regresa a casa con una frase: “Me acuerdo de todo”.
Vemos cómo él ejerce, al detalle o en toda su extensión, aquello que le fue enseñado o implantado. Sus creadores son sus víctimas. En este discurrir de violencias sistemáticas, no hay manera de que uno se aburra, porque hay mucho para ver en pantalla del talento del director Paul Greengrass con su puesta en escena: como se la merece el buen cine de acción.
Ya lo dijimos, es realización vertiginosa, pero lo bueno es que mantiene la vivencia del encuadre, hay manejo creativo del plano y del contraplano, con el apoyo estupendo de la cámara en mano.
Está clara la limpieza visual para llevar la acción con pulso, sin pausa, con ritmo exacto y con cargas virtuosas de adrenalina; todo eso, lo repetimos, para llenar el vacío de una trama simple, ingenua y sin nada especial.
Curioso que sin libreto importante, los histriones se sobrepongan y actúen de la mejor manera, mérito también en la dirección de actores. Matt Damon magnifica bien el concepto de su personaje: máquina asesina con convicción en lo suyo. Al igual sucede con Joan Allen y con Julia Stiles, amén del impecable trabajo del valioso actor secundario David Strathairn.
Cine visceral, lo recomendamos como entretenimiento y, sin temor a escribirlo, como la mejor cinta de la trilogía Bourne.