Hace tres meses, Irina Maricica llegó al monasterio de la Santísima Trinidad, en una remota región de Rumania, para ver a una amiga. Bastó que conversara una hora con el padre Daniel Corogeanu para que decidiera tomar los negros hábitos de la congregación.
La noche del 15 de junio, Irina murió crucificada, amarrada a una cruz con cadenas, incapaz de soportar el hambre y la sed a la que la sometieron en el sótano frío y húmedo del ahora bautizado popularmente "Monasterio del diablo rojo".
La agonía de sor Irina empezó el 10 de junio, cuando el pope (sacerdote ortodoxo) Corogeanu y cuatro monjas más secuestraron a la joven, le ataron las manos y las piernas y le metieron una toalla en la boca, según el caso que abrió la Fiscalía.
Corogeanu, de 29 años, sostiene que sor Irina estaba poseída por el diablo y los malos espíritus, que era violenta, blasfemaba en las ceremonias religiosas, echaba espuma por la boca y rechazaba el agua bendita.
El pope afirma que toda la comunidad religiosa del monasterio decidió no recurrir a los médicos sino tratar de curarla con un exorcismo. "A las personas poseídas no se las cura con pastillas", dijo sobre el caso.
El 15 de junio, Irina murió por "hambre, sed y estragulamiento", según el informe forense.
El padre Corogeanu ofició un funeral dos días después. "Dios ha hecho un milagro por ella", dijo ante su cadáver aún insepulto, "la hermana Irina ha sido finalmente librada del Mal".
Cuando la noticia trascendió, la Iglesia Ortodoxa no esperó un minuto para excomulgar a los implicados.
Las monjas y el padre Corogeanu golpearon y estuvieron a punto de romper el hábito al vicario local, Cornelio Barladeanu, quien llegó el 19 de junio para prohibirle al pope que celebrara la misa hasta que la Fiscalía rumana finalice las investigaciones.
Desde hace más de una semana, las monjas y Corogeanu están en prisión preventiva. De ser hallados culpables podrían pasar en la cárcel hasta 20 años.
Los acusados ya reconocieron los hechos, pero declararon que lo hicieron por el bien de Irina, a la que acusaron de estar poseída por Dracul (nombre de Satanás en rumano). No obstante, los médicos habían diagnosticado anteriormente a la víctima con un cuadro de esquizofrenia.
"Yo no soy el loco que dibujan los periódicos. Soy el enviado y el iluminado de Dios", ha dicho desde la cárcel el pelirrojo pope.
Elaborado con información de la agencia EFE y el diario El Mundo.