En aquel tiempo, al pasar Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento. Escupió en tierra, hizo barro con saliva, se lo untó en los ojos al ciego, y le dijo: "Ve a lavarte a la piscina de Siloé (que significa 'enviado')". Él fue, se lavó y volvió con la vista. Los vecinos y los que antes solían verlo pedir limosna preguntaban: "No es ese el que se sentaba a pedir?" Unos decían: "No es él, pero se le parece". Él respondía: "Soy yo".
Llevaron antes los fariseos al que había sido ciego. Era sábado el día que Jesús hizo barro y le abrió los ojos. También los fariseos le preguntaban cómo había adquirido la vista. Él les contestó: "Me puso barro en los ojos, me lavé y veo". Algunos de los fariseos comentaban: "Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado". Otros replicaban. "¿Cómo puede un pecador hacer semejantes signos?" Estaban divididos, y volvieron a preguntarle al ciego: "Y tú, ¿qué dices del que te ha abierto los ojos?" Él contestó. "Que es un profeta".
Le replicaron: "Empecatado naciste tú de pies a cabeza, ¿y nos vas a dar lecciones a nosotros?", y lo expulsaron.
Oyó Jesús que lo habían expulsado, lo encontró y le dijo: "¿Crees tú en el Hijo del hombre?" Él contestó: "¿Y quién es, Señor, para que crea en él?". Jesús le dijo: "Lo estás viendo: el que te está hablando, ese es". Él dijo: "Creo, Señor" y se postró ante él.