por José Manuel Sanz
Bruselas, 28 may (EFE).- Los firmantes de la Constitución europea y los parlamentos y ciudadanos que ya la han ratificado confían en que mañana se produzca otro milagroso "petit oui" de los franceses que evite el descarrilamiento del proyecto europeo.
El 20 de septiembre de 1992 el pueblo francés fue consultado sobre otro asunto europeo de capital importancia, la ratificación del Tratado de Maastricht que fijaba el plan irreversible hacia la unión económica y monetaria y lo que hoy es el euro.
El entonces presidente Francois Mitterrand corrió el riesgo de convocar una consulta, a la que no estaba obligado constitucionalmente, para revitalizar el proyecto europeo después de que los daneses hubieran rechazado el tratado en otro referéndum que se había celebrado el 2 de junio y que había arrojado un resultado de 49,3 por ciento de "síes" frente a un 50,7 por ciento de "noes".
El referéndum francés tuvo lugar sólo cuatro días después del "Miércoles Negro" que sacudió el Sistema Monetario Europeo y que forzó la salida de la libra esterlina y la lira italiana de su mecanismo de cambios.
Maastricht y el tercer intento de unión monetaria en la historia reciente de Europa habrían naufragado, si Francia no hubiera aprobado el tratado por la mínima (apenas un 51,05 por ciento) en aquella ocasión.
Mañana, los franceses volverán a tener en sus manos el destino de otro gran proyecto, la primera Constitución de la Europa unida.
Esta vez las encuestas anuncian desde hace días un "no" claro, pero todos los responsables comunitarios prefieren creer en la reedición de aquel histórico "petit oui" que salvó al Tratado de Maastricht.
Aquel tratado decisivo pudo entrar en vigor en noviembre de 1993, con mucho retraso respecto al calendario previsto, después de que los Doce negociaran con Dinamarca varias exenciones, la más importante de las cuales fue la no obligación de participar en la moneda única, lo mismo que se había concedido al Reino Unido.
El "no" danés fue sorteado con un segundo referéndum que se celebró un año después, el 18 de mayo de 1993, en el que el tratado y las exenciones fueron finalmente aceptados en Dinamarca por una mayoría del 56,8 por ciento.
Pero los daneses volverían a decir "no" unos años más tarde, el 28 de septiembre de 2000, cuando por un 53 por ciento (y 87,2 por ciento de participación) rechazaron de nuevo el ingreso en la unión monetaria propuesto por sus gobernantes.
Lo mismo ocurriría en Suecia el 14 de septiembre de 2003: el 58 por ciento de los votantes (la participación fue del 82,6 por ciento) rehusó la adhesión a la unión monetaria y la adopción del euro.
Tanto en Dinamarca como en Suecia el "euroescepticismo" ha sido siempre una constante y no han extrañado a nadie las dificultades de sus gobiernos para obtener el apoyo de la población a los acuerdos negociados en Bruselas.
La sorpresa vendría el 7 de junio de 2001 cuando el pueblo irlandés rechazó, por un 53,8 por ciento, el actual Tratado de Niza.
Irlanda, pese a ser uno de los países más beneficiados económicamente por su pertenencia a la Unión, decía "no" a Europa, por vez primera, en una consulta popular.
Pero el bajo nivel de participación, apenas un 34,7 por ciento, fue utilizado como argumento por las autoridades para repetir, dieciséis meses después, el referéndum, sin renegociar siquiera el texto con los socios comunitarios aunque después de una amplia campaña de concienciación e información públicas.
A la segunda, los irlandeses aprobarían el Tratado de Niza por un 62,89 por ciento y con una participación del 48,45 por ciento.
Si algo enseña la historia constitucional europea más reciente es que los gobiernos no han renunciado nunca a seguir adelante por un tropezón en las urnas. Han preferido repetir la pregunta un poco más tarde.
Sólo en una ocasión los europeos han abandonado un tratado por fracasar su ratificación.
Fue en 1954, en los albores de la construcción europea, y fue Francia, cuya Asamblea Nacional se negó a ratificar la Comunidad Europea de Defensa.
Resultado de aquel "no" francés: Europa tendría que esperar casi medio siglo para volver a plantearse una política de defensa común. EFE
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