La agenda nacional no incluye conquistar territorios, inducir fraudes, reprimir la voluntad ciudadana, convertir al país en un feudo de plutocracias políticas y militares. Desde finales de los años cuarenta Costa Rica es una república sin Ejército, de extremos ideológicos controlados – ahora en vías de extinción - donde las clases y grupos sociales tienden a neutralizarse y converger. La decisión es profundizar estas características, erradicar la pobreza, disminuir la desigualdad, enriquecernos y desarrollarnos. Un ideal como este, comprendido y compartido por la inmensa mayoría de los centroamericanos, no se vence con armas ni con circos.
Al proteger el territorio nacional de lo que es una invasión evidente, acompañada de retóricas castrenses y apoyada por el despotismo latinoamericano del siglo XXI, los costarricenses no sólo defendemos una pequeña porción de tierra, sino también los méritos de nuestra historia, un estilo de evolución colectiva, un modo de inserción desmilitarizada y pacífica (no pacifista) en el contexto global, una experiencia de construcción social paradigmática en América Latina y el mundo. No será el mesianismo militarista, autoritario y oportunista de Daniel Ortega, heredero de la dictadura somocista, el que nos desvíe de esta ruta.
Con Mahatma Gandhi creemos que no hay camino hacia la paz, la paz es el camino. Ceder a la tentación de apelar al uso de la fuerza militar sin antes agotar por completo las instancias diplomáticas y de derecho internacional, es dar la espalda al sentido de la propia historia. Esto no implica, como ha sido evidente en estas semanas, permanecer impasibles ante el atropello, pero si la fidelidad a una lección clave del peregrinaje nacional: La guerra es demencial. La historia costarricense contiene, a este respecto, una profunda sabiduría, incomprensible para los dictadores: Cuando se atropella y agrede a un pueblo desmilitarizado, aún la más cínica de las opresiones sucumbe en su propia violencia.
I. Paciencia de la paz. De la paciencia de la paz se derivan frutos mayores y más duraderos. Paciencia, por ejemplo, tuvo nuestro representante en la Organización de Estados Americanos cuando el embajador de Nicaragua, ignorando el talante histórico de nuestro pueblo, afirmó, como si dijera algo sublime y profundo, “'estamos viendo el nacimiento de un imperio, el nacimiento del imperio costarricense'”. Una sensación de asombro, vergüenza y disimulada sonrisa atravesó el espinazo de los otros embajadores.
Un Imperio – debieron pensar – supone dominar territorios de varias naciones, administrar y regir la vida de poblaciones situadas más allá de los límites fronterizos, desarrollar capacidad militar para trasladarse a cualquier punto de la región dominada y proponerse, a través de políticas deliberadas, que las poblaciones sojuzgadas adopten las características de la nación dominante. Nada de esto pertenece a la política exterior del estado costarricense ni a la historia de esa nación ¿Cómo decir – sin sonrojarse – que Costa Rica es un imperio? Misterio y mentira. Apoteosis del cinismo. Inescrutable atavismo y trauma. En ese momento de reflexión diplomática, la disimulada sonrisa debió volverse risa y llanto.
II. De la historia. Pasado el instante de estupor, supongo que los embajadores algo recordaron de la historia de Costa Rica, calificada como ejemplar en el concierto de las naciones. La reforma social, la disolución del ejército, el contenido de la Constitución Política de 1949 y la creación de la Segunda República, concretaron un fenómeno de convergencia de clases y grupos sociales que hizo posible la estabilidad institucional posterior al año 1948. Sobrevino después la modernización industrial, el crecimiento del estado, la expansión de las clases sociales medias, el nacimiento de un estamento poblacional gerencial y ejecutivo, y la fuerte inversión pública en educación, salud e infraestructura. La democracia liberal alcanzó un importante grado de madurez. En los ochentas se hizo necesario un cambio en la estrategia de desarrollo socio-económico, combinado con el crucial desempeño del Gobierno tico en la en la pacificación de Centroamérica.
Por aquel tiempo, en Nicaragua, se experimentaba con el espejismo de una revolución anti-imperialista inscrita en los sangrientos parámetros de la Guerra Fría que martirizaba a Centroamérica. Los costarricenses optaron por la negociación y a favor de una vía democrática para la región, así derrotaron la estrategia de la confrontación, al tiempo que realizaron en su propio país una fuerte crítica de la sociedad de consumo, propiciaron la ruptura con el estado empresario, diseñaron y ejecutaron una estrategia de promoción de exportaciones y apertura comercial, y evitaron los desequilibrios políticos, descomposiciones sociales y violencias que asolaban la región. Como resultado el país alcanzó positivos índices de apertura al mundo e inserción en la economía global.
Hoy Costa Rica, el temido “Imperio” que en las alucinaciones de los gobernantes nicaragüenses amenaza e invade ese país, se ha propuesto alcanzar el nivel de nación desarrollada. Queremos que la realidad nacional sea del tamaño de nuestros sueños e ideales, y no el receptáculo de las oscuras y tormentosas pesadillas de Ortega. A los costarricenses bien se nos aplica el hermoso verso de Rubén Darío “Si pequeña es la patria, uno grande la sueña” (Poema del retorno).
III. Un recuerdo. Cuando en Nicaragua se intentaba entronizar una dictadura aliada de las dictaduras cubana y soviética, tuve el honor de conocer y escuchar a dos nicaragüenses ilustres: Xavier Zavala Cuadra y Pablo Antonio Cuadra. Este último considerado por Nicasio Urbina como el escritor más importante de Nicaragua, junto a Rubén Darío. Fue poco tiempo, en el Escazú de los ochentas, pero inmenso el aprendizaje. No lo sabe Xavier Zavala, ni lo supo el poeta universal, Pablo Antonio, pero desde entonces sé que es falsa la frase que dice “Los pueblos tienen los Gobiernos que se merecen”.
¿Cómo puede ser eso cierto si Nicaragua es el suelo nutricio de Rubén Darío, Pedro Joaquín Chamorro e intelectuales y artistas que honran la cultura centroamericana? ¿Acaso los nicaragüenses merecen los despotismos que los han entristecido y entristecen? No. Algunos Gobiernos se sitúan muy por debajo de las alturas espirituales de ese pueblo y de su historia. Lo sé desde el día que leí los poemas de Pablo Antonio Cuadra, y Xavier Zavala explicó su idea de la democracia. Él dijo, citando al poeta, que el pan sin libertad es amargo, y que cuando algún político inventa un paraíso lo quema su infierno.