Manuel Antonio, Quepos. Era un secreto a voces: después de pasar varios días filmando por distintos parajes del país, el equipo responsable de la película Mini espías 2 (Spy Kids 2: The Island of Lost Dreams) haría sus últimos rodajes, el martes y miércoles pasados, en el Parque Nacional Manuel Antonio, en el cantón de Aguirre.
Aunque el director Robert Rodríguez fue claro en que no quería la presencia de la prensa, fue gracias a la intervención de Gabriel González, director del Centro de Cine, y de Caíto Martin, productor de campo del filme, que un equipo de Viva pudo estar todo el martes en la llamada Playa 3 de Manuel Antonio.
Ese día la playa estuvo cerrada a los visitantes y fue ocupada en su totalidad por el centenar de personas participantes en el rodaje. Los técnicos empezaron desde muy temprano el eterno transitar de un lado a otro cargando cámaras, mangueras, vestuario y metros y metros de cables.
Ya a las 8 a. m. Rodríguez daba las primeras indicaciones a los pequeños actores: Daryl Sabara, Alexa Vega, Matt O'Leary y Emily Osment. La presencia de Emily fue, sin duda, el mayor atractivo del rodaje, pues con ella vinieron sus padres y su hermano Haley Joel Osment, el mismo niño que demostró cómo funciona su Sexto sentido.
Los sacrificados (ni modo) fueron los visitantes y en especial los guías turísticos que se las veían a palitos para explicarles a los extranjeros que una de las playas del parque estaba cerrada. Los ticos se tomaron las cosas con mejor humor y muchos se conformaron con ver los toros detrás del mecate. "Mae, ojo, ahí va el chamaco del Sexto sentido".
¡Acción!
El sol fue generoso con los de Hollywood (en realidad muchos venían de Texas) y les regaló un día de postal: despejado y con un mar azul impecable. Mientras varias iguanas cruzaban el sendero como para ver mejor lo que pasaba, un grupo de monos cariblancos miraban con recelo, desde lo alto, a aquel montón de gente que había invadido, por un día, su medio ambiente.
Las escenas del martes correspondían al arribo de los personajes a una isla (sí, usted podrá decir en el cine que eso es Manuel Antonio), por lo que a cada corte unos afanosos asistentes se encargaban de borrar las huellas dejadas en la arena.
Rodríguez demostró ser un cineasta bastante parco, pues sus intervenciones muchas veces se limitaban a los "acción" y "corte" propios de su oficio. Y mientras esto ocurría en un extremo de la playa, en el otro todo estaba listo para servir un abundante almuerzo a la tropa de película.
Por su lado Haley correteaba por ahí (esta vez no vino a ponerse frente a la cámara), bajo la mirada celosa de sus papás. El niño con-sentido hacía figuras en la arena y se divertía junto al resto del pelotón de hermanos de los actores. Al verlo detrás de los cangrejos costaba imaginárselo como la estrella a la que muchos cineastas desearían dirigir.
Y llegaron los monos
Cerca del mediodía se suspendió el rodaje; era hora del almuerzo. Después de días de trabajo, una comida más era parte de la rutina. Al menos eso parecía.
Los cariblancos decidieron que era momento de presentarse y, literalmente, aterrizaron sobre las mesas. Aunque al principio se armó un alboroto, pronto los niños perseguían a los monos, mientras que estos miraban burlones a los humanos. Hasta el serio de Robert se divirtió con los simios, en especial con una mona que andaba con su retoño bien agarrado de su lomo.
De vuelta a la filmación, el sol de la tarde sirvió para varias escenas que salieron perfectas. Mientras, los ticos contratados (choferes, encargados de alimentación, seguridad y asistentes) hacían bromas sobre esos días que vivieron al lado de las estrellas del cine.
Conforme el sol se hundía en el mar, todo el equipo se movilizó a la playa dos, donde se filmaron las últimas escenas, incluidas las que necesitaron de un helicóptero que a su paso voló sombreros, gorras y pelucas.
Pasaditas las 5 p. m. Robert dio por concluida la jornada y técnicos, asistentes, padres, actores y guardaparques respondieron con un aplauso. Y mientras los adultos recogían todo, los pequeños niños estrellas (cuyos salarios son de seis ceros, y en dólares) dejaron a un lado su fama y concluyeron como lo hubiera hecho cualquier chiquillo: con una guerra de bolas de arena entre chapotazos y risas.