Teodorico era un bárbaro ostrogodo, un extranjero en Roma, donde años antes había entrado por derecho de guerra contra otro rey bárbaro, Odoacro, quien también ha-bía invadido Roma por la puerta de sangre. Sin embargo, ambos prefirieron guardar las formas políticas –junto con las riquezas de sus súbditos–. Teodorico protegió a los sabios y mantuvo las viejas dignidades: el Senado, los consulados y las magistraturas. Las sombras del pasado consuelan al presente.
Teodorico designó cónsul y senador a Boecio; es decir, a Anicio Manlio Torcuato Severino Boecio, como se lo conoció por su demorado nombre. El cristiano Boecio fue de noble estirpe, un hombre del Ancien régime que sirvió lealmente a los ásperos invasores y se ocupó también de la filosofía. Por sus comentarios se conoció (lo poco que se supo) de Aristóteles en la temprana Edad Media, y es posible que Boecio haya sido el primer europeo que usó los números arábigos.
Destituido, se lo recluyó en una torre de Pavía. Mientras esperaba la muerte, escribió Consolación de la filosofía , meditación estoica, último diálogo platónico, donde Boecio canta en versos su desgracia, polemiza con la Filosofía, se rinde a ella y acepta que, por sobre las míseras grandezas del mundo –poder, fama, dinero–, la suma felicidad es el encuentro del alma con Dios.
Como su remoto maestro Platón, Boecio fue otro sabio que creyó posible domar a los reyes absolutos, mas es arduo domar a quienes tienen las riendas del poder.
Otro mérito unge a Boecio: el ser parte de la tradición que cree en la filosofía como remedio de las penas del alma: magna idea nacida en Grecia con Georgias e Isócrates. Llamaron último romano a Boecio pues con él murió un poco de la cultura clásica. En un templo de Pavía lo veneran como un mártir, y Dante lo puso de ejemplo en su Convivio .
Su libro y un templo son las dos casas eternas del último romano.