Dios tarda, pero no olvida. Igual lo hace esta vez el Oscar. Este es el caso de la excelente película brasileña Ciudad de Dios (2002, de Fernando Meirelles), que ahora aparece afincada con cuatro postulaciones a distintas estatuillas, luego de ser rechazada en la ceremonia pasada.
Así es. En la tentativa anterior, Ciudad de Dios se presentó por ahí para nominarse al Oscar como mejor película extranjera, pero ni siquiera pudo clasificarse entre las cinco concursantes. De nada le valió su alta calidad con un tema duro muy bien narrado.
Miramax distribuyó luego la película en los Estados Unidos. La gente la vio, la gente la elogió, la crítica la premió, y ahora el filme logra estar en cuatro postulaciones diferentes: mejor director (Fernando Meirelles), mejor guion con material previo (Braulio Mantovani), mejor captación de imágenes fotográficas en movimiento o cinematografía (César Charlone) y mejor montaje (Daniel Rezende).
Así, Ciudad de Dios alcanza a expresarse más de lo que intentó antes, con su relato de un mundo condenado a la eterna violencia, en vecindarios del Brasil olvidados por Dios y por los hombres.
Es el estudio de una realidad donde imperan el miedo, la violencia, el crimen y la injusticia social. La película es tan demoledora como la novela homónima en que se basa, escrita por Paolo Lins.
Ciudad de Dios visualiza toda una época: de los años 60 a los 80, con distintas historias que se entretejen.
No hay duda que tiene una gran creación temática y visual, y por ahí van precisamente las nominaciones que ahora la distinguen, por su múltiples recursos. Estos se expresan desde cámara al hombro a pantalla dividida con escenas simultáneas, de saltos en el tiempo a secuencias paralelas, de diferentes colores a músicas distintas, de simetrías a retrospecciones. Trabajo arduo, como ven.
Es difícil predecir si ganará en alguna postulación. Pensemos que son nominaciones donde también está presente El retorno del rey, excepto en cinematografía. Un Oscar más posible, entonces.
En todo caso, Ciudad de Dios viene a darle presencia al cine latinoamericano; normalmente son el cine brasileño y el argentino los que sacan la cara en esta circunstancia.
Sin embargo, por tradición, el brasileño ha sido cine de agudo compromiso social, que viene desde el llamado Cinema Novo.