La palabra “asco” no figura en el diccionario de Michael Ordóñez Sánchez, quien desde hace tres años se gana la vida con una empresa propia de destaqueo de tuberías y limpieza de tanques sépticos. Eso equivale a decir que el ambiente de trabajo de Michael no tiene muy buen aroma... y tampoco es muy grato a la vista.
“Al abrir un tanque séptico, es frecuente encontrar mucho más que materia fecal. Muchas veces, hay toallas sanitarias, protectores femeninos, papel higiénico, aplicadores, hilo dental y hasta condones”, enumera este hombre de 36 años, quien durante un decenio laboró en turismo: manejaba un microbús que trasladaba viajeros a todos los rincones del país por lo que, a la postre, terminó siendo una especie de guía empírico.
“Cuando se vino la crisis, a finales del 2008, el negocio se desplomó y las propinas que recibía también. Conversé con mi esposa y decidí volver a un oficio que tuve como a los 17 años, cuando le ayudaba a mi papá en una empresa de fontanería y destaqueo de tuberías. Eché mano de unas máquinas que estaban ahí y mandé a hacer unos volantes para anunciar mis servicios”, recuerda Ordóñez, quien en esos primeros días pasaba cruzando los dedos para que lo llamaran. Hoy es tanto el trabajo que a veces cruza los dedos para tener un descanso.
Si bien no todo el tiempo se presenta el mismo número de servicios, algunas jornadas son extenuantes. Ha llegado a limpiar hasta ocho tanques sépticos en un día, aunque todo depende de la capacidad del camión. “Antes de que se llene, hay que parar y llevarlo a vaciar a una planta de tratamiento”, precisa.
Con él trabajan otros tres muchachos, igualmente inmunes a las fragantes chispas de este oficio. “¿Verdad que a menudo usted ya ni siente el olor de su perfume favorito? Pues lo mismo nos pasa a nosotros. Uno está tan acostumbrado, que ya no se da cuenta de los malos olores”, sostiene. “Cuando uno llega a la casa, simplemente se lava bien, se pone alcohol en gel, y eso es todo. Nunca he padecido de ninguna enfermedad ni he tenido infecciones, aunque ando en esto todo el día, desde las 7:30 de la mañana hasta la noche”.
Michael recuerda con poco drama la ocasión en que estaban en las afueras de un restaurante, lidiando con una caja de registro (o “trampa de grasa”) que se había desbordado. Tenían conectada una bomba para succionar el líquido, cuando la manguera se zafó y el chorro con “toda esa cosa” lo bañó de pies a cabeza.
La grasa es mucho más fétida que el excremento, explica, por lo que ni el detergente ni el posterior remojo en cloro, lograron quitarle el hedor a la ropa que llevaba puesta. “La camisa terminó en la basura”, recuerda.
Que alguna gente lo vea de reojo o hasta se cambie de acera cuando él y su equipo están trabajando, tampoco le roba la paz.
“Hace poco, fui a Pavas y el señor de la casa hasta que arrugaba la cara; se veía tan incómodo. Y hay personas que, con sus gestos, parecieran decirle a uno: ‘Mejor me hago a un lado para que no me pringue la camisa o me ensucie la corbata’. A mí, por dicha, nada de eso me afecta”.
Es común que Ordóñez llame al cliente para mostrarle lo que hay en el tanque séptico o en la tubería que está limpiando, pues considera que posee casi una “obligación formativa”. “La gente tiene la idea errónea de que el inodoro es un
Precisamente porque muchos dueños de casa o negocios prefieren ver el trabajo “de lejitos” debido a los malos olores que emergen de estos depósitos, es que –según cuenta Michael– “algunos pillos se aprovechan y no sacan todos los desechos del tanque”.
“La bomba no puede succionar los sólidos, así que hay que ayudarse con una varilla de construcción a la que le ponemos un gancho abajo; eso es como el brazo de uno, porque se usa para sacar todo lo que la gente nunca debió echar en el sanitario”, explica el dueño de Asistencia y Soluciones Maorsa, quien generalmente viste pantalones a la rodilla para moverse con más comodidad.
Aunque no han faltado los días difíciles, especialmente cuando le toca tratar con clientes incómodos, Michael Ordóñez resume en una frase lo que significa este empleo para él, y lo dice sin el menor titubeo: “Hacer esto es una pasión para mí”.
Y, acto seguido, se explica: “Soy mi propio jefe, no tengo que pedirle permisos a nadie y he aprendido mucho. A veces, uno logra resolver problemas que ni los mismos ingenieros han podido solucionar”.
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