Tengo la impresión de que El Principito cayó del cielo. ¿De qué otro lugar pudo venir si yo no lo vi asomando su flaco cuerpo de entre la tierra? ¡Mucho menos escurriéndose entre los árboles como lo hacen los gusanitos. Llevaba casi una hora sentada a la sombra de ese árbol de Guanacaste y tenía mis cinco sentidos bien despiertos. ¡Lo juro!
Así comenzó esta conversación con él, como si hubiera venido a algún lugar de Costa Rica.
¡Por favor... dibújame un cordero! fue lo primero que me dijo.
¿Qué?
Ese "¿qué?" era de doble sorpresa. Una porque El Principito salió de la nada ¡que cayó del cielo! y la otra porque, si no puedo hacer ni un círculo ¿cómo voy a dibujar un cordero?
¡Dibujame un cordero insistió.
Tenía el tamaño de un niño de ocho años. Su camisa y sus pantalones eran blancos. Tenía unas botas que le llegaban hasta las rodillas y una capa larga azul, muy azul.
En la mano izquierda tenía una espada y en los hombros unas medallas en forma de estrellas. Su pelo dorado estaba desordenado.
¿De dónde venís?
De un mundo muy pequeño. Del asteroide B 612.
¿Y para qué querés que te dibuje un cordero?
Para tener un cordero.
¿Entonces querrás que te dibuje también una cuerda y una estaca?
El Principito cerró un poco los ojos, clara señal de que no entendía.
Es para que amarrés al cordero y no se te escape le aclaré.
¿Atarlo? ¡Qué idea tan rara! dijo. Mi planeta es muy pequeño, es del tamaño de mi casa. Si el cordero escapa no irá muy lejos.
Entonces el viento empezó a mover con fuerza las ramas del Guanacaste. El zacate alto y largo, como un buen jugador de baloncesto, besaba la tierra y fue así como a El Principito se le ocurrió preguntar:
¿No es cierto que a los corderos les gusta comer arbustos?
Sí, es cierto le respondí.
¿Quiere decir eso que los corderos también comen baobabs ? dijo él, y su cara se iluminó como si hubiera descubierto una buena noticia.
Bao.. ¿qué?
Luego entendí que los baobabs eran árboles tan altos como iglesias y con raíces tan fuertes tan fuertes que ni 50 elefantes se los podrían comer.
¡Para eso quiere El Principito el cordero! Pensé. Para que se coman los baobabs y esos arbolotes no le hagan estallar su pequeño planeta. Con tres baobabs que crecieran ahí ya El Principito no tendría espacio ni para levantar una ceja.
¿Cómo es tu casa... digo, tu planeta?
Hay tres volcanes que me llegan a la rodilla, pero uno de ellos está dormido así que lo uso como asiento. Desde ahí veo a los otros asteroides que hay alrededor del mío.
"También tengo una flor... ella me dijo que era una rosa. Lo que no tengo son amigos... bueno tengo a la flor, pero a veces ella no quiere hablar conmigo".
¿Cómo es eso de que hay más planetas como el tuyo? ¿Vive gente en ellos?
Hay seis más. En uno vive un rey que se viste con capa púrpura de armiño. Su capa es tan grande que ocupa todo el planeta. Pero ¡es muy mandón! En el segundo planeta vive un hombre muy vanidoso. Siempre lleva puesto un sombrero "para saludar a los que vengan de visita", dice él.
"En el tercero vive un señor que bebe mucho, él dice que para olvidar .
¿Para olvidar qué?
La vergüenza que le da beber.
Y en los otros?
En el cuarto planeta vive un hombre de negocios. Se pasa todo el día sumando y sumando: uno, dos, tres, cuatro, cinco... diez, once, doce... y quiere hacerse dueño de todo ¡hasta de las estrellas!
"En el quinto planeta vive un señor que prende un farol. Y en el planeta número seis vive un anciano que escribe todo el día en unos libros muy viejos".
Y ¿a qué viniste a la Tierra?
A buscar a los hombres y a hacer amigos. Yo no tengo amigos.
¿Has encontrado algún amigo?
Sí, un zorro. Él se fue pero me contó un secreto antes de partir.
¿Cuál es ese secreto?
El Principito no respondió. Creo que se cansó de hablar sobre su vida y, de repente, se levantó y empezó a caminar por el campo. Luego dijo:
En unos minutos mi planeta se alineará y yo tendré que regresar. No puedo llevarme este cuerpo porque pesa mucho para ese viaje.
Me miró de lejos y con una sonrisa dijo:
Este es el secreto que me dejó mi amigo el zorro: solo se ve bien con el corazón, lo esencial es invisible a los ojos.
Un relámpago amarillo brilló junto a su tobillo. No gritó, no hizo ni un gesto. Solo cayó entre el zacate, como cae un árbol cuando lo empuja el viento.
Por eso tengo la impresión de que El Principito cayó del cielo.
Sobre El Principito
Es un cuento que escribió un francés llamado Antoine de Saint Exupery.
Este cuento lo puedes ver como obra de teatro en el Auditorio Nacional, Museo de los Niños.
Las funciones son los domingos, a las 3 p. m.
Las entradas cuestan ¢1.000 y ¢750.
Las reservaciones se pueden hacer al teléfono 222-7647.