Si ustedes, estimados lectores, retroceden -unos más y otros menos-, por unos momentos, el videocasete mnemónico de sus vidas y lo detienen exactamente donde recibían sus primeras clases de lectura con la niña Pochita, oirán muy claramente las sabias explicaciones de su maestra: la g tiene dos sonidos diferentes; uno, ga, go, gu, como en gato, goloso, gusano, y otro, ge, gi, como en gente, gimnasia... Y, cuando se quiera dar a ge, gi el sonido de ga, go, gu, debe ponerse una u: gue, gui, como en guerra, guitarra...
[Posiblemente la niña Pochita ignoraba -aunque maldita la falta que le hacía- que los fonólogos llaman velar sonora a la primera g (ga, go, gu) -representada por el signo fonético /g/-, y velar fricativa sorda a la segunda g (ge, gi) -representada por el signo fonético /x/, al igual que la j ya que el sonido de ambas es idéntico-.]
Cónyuge es un vocablo del género común (el cónyuge, la cónyuge) que se aplica a cada una de las personas que han decidido aventurarse en el intrincado camino del matrimonio. El término -según el maestro Corominas- está emparentado con el sustantivo yugo (sí, el de los bueyes) por cuanto cónyuge sería propiamente "el que lleva el mismo yugo". De cónyuge se deriva el adjetivo conyugal y los macabros conyugicidio y conyugicida, relativos a la muerte de uno de los cónyuges causada por el otro.
Pues bien, el meollo del asunto es el siguiente: ¿Por qué en este país todo el mundo (el presidente de la República, los ministros de Estado, los rectores de las universidades, los señores obispos, los sacrificados diputados y, desde luego, cualquier hijo de vecino) pronuncian protege (-je), corrige (-je), recoge (-je), ruge (-je), como Dios y la niña Pochita mandan, y, en cambio, cónyuge lo pronuncian, indefectiblemente, /cónyugue/?
Tenebroso misterio, insondable arcano, capaz de desvelar a cualquiera y digno de ser desvelado por algún Sherlock Holmes metido a académico de la lengua.