Nació: 1835
Murió: 1919
Profesión: filántropo e industrial
Nacionalidad: estadounidense, de origen escocés
Como magnate del acero, Carnegie logró reunir una de las fortunas más cuantiosas de su tiempo, la que distribuyó en vida con un altruismo ejemplar. De espíritu ampliamente generoso, siempre dijo que el hombre rico que se lleva a la tumba su fortuna muere desdichado. De su filantropía emana una lección conmovedora, y es que, siendo un autodidacto que apenas pudo cursar la educación elemental y todo cuanto sabía lo aprendió en las lides del trabajo, encauzó sus dádivas en forma muy especial al fomento de la educación y de la búsqueda de conocimientos.
Nació en Dunfermline, Escocia, en el hogar de un modesto tejedor que por razones económicas emigró a Estados Unidos y se estableció en Allenghny. Tenía Andrew 13 años cuando empezó a trabajar en una fábrica de hilados, con un sueldo semanal de un dólar y 20 centavos. En el año siguiente se empleó como repartidor en la Compañía de Telégrafos, donde aprendió de oído la telegrafía. En 1853 pasó a ser secretario privado y telegrafista personal de Thomas A. Scott, quien, durante la Guerra de Secesión, lo puso al frente de los ferrocarriles militares y las líneas telegráficas del este. Disfrutando de un sueldo mayor, en esa etapa de su vida comenzó a ahorrar.
Con gran visión empresarial, Carnegie se dio cuenta del floreciente porvenir de los coches cama Pullman, y adquirió acciones de la Woodruff Sleeping Car Company que poseía la patente. Con ello puede decirse que inició su fortuna. Después se interesó en empresas siderúrgicas, y en 1864 adquirió varios campos petrolíferos en Pensilvania. Cuatro años después introdujo en Estados Unidos el procedimiento Bessemer de preparar el acero, y a partir de entonces todas sus actividades se centraron en ese negocio.
En 1901 vendió todas sus acciones a la United States Steel Corporation y se retiró de los negocios para dedicarse el resto de su vida a ejercer la filantropía. La responsabilidad del rico para con el resto del mundo, base de la teoría por él formulada, se traduce en que toda fortuna demasiado grande para mantener a una sola familia, debe distribuirse entre cuantos ayudan a crearla. Así nacieron la Fundación Carnegie para el Fomento de la Enseñanza, el Instituto Tecnológico Carnegie, la Institución Carnegie de Washington (para el fomento de investigaciones científicas), la Fundación Carnegie para la Paz Internacional, las Bibliotecas Carnegie y la Corporación Carnegie de Nueva York, entidad depositaria del patrimonio, y encargada de la continuación de la obra.
Falleció en Nueva York. Había escrito las siguientes obras: La democracia triunfante, El evangelio de la riqueza, El imperio de los negocios, Problemas del día y su Autobiografía. Sobre su tumba se lee el epitafio que él mismo dejó escrito: "Aquí yace un hombre que supo aprovechar los servicios de otros mejores que él".