CORTES Y TORTURA, esto es lo que se evidencia en el cuerpo de un hombre brutalmente asesinado, cuerpo que la cámara recoge con toda la vehemencia de la imagen y que se expresa como introducción de un filme donde lo espantoso del crimen da lugar a la investigación exhaustiva. Se trata de la cinta francesa Los ríos de color púrpura.
Al lugar del asesinato llega un detective parisino de experiencia infalible, parco en expresiones, pero con un terror inexplicado por los perros: Pierre Niémans (encarnado por el actor Jean Reno).
Todo sucede en un ambiente pueblerino, en los Alpes, donde se refugia una universidad extraña que ha hecho de la autarquía su estilo para mantenerse: autosuficiencia, se basta a sí sola, por lo que los puestos administrativos y docentes se heredan -de padres a hijos- en una actitud más bien enfermiza, tanto que las relaciones sociales son endogámicas (esto es: solo se casan y se cruzan entre ellos).
En tanto, a más de 200 kilómetros de Guernon (así se llama el lugar del asesinato y de la universidad en cuestión), sucede otra investigación policial. El avispado y extrovertido detective Max Kekerian (actuación ágil de Vincent Casel), quien fue -antes- un experimentado ladrón de autos, investiga una enigmática profanación en el cementerio de Sarzac, en la tumba de una niña muerta hace 20 años.
Con montaje alterno (la película pasa de una investigación a otra), los espectadores entendemos fácilmente que el relato llegará a unir ambas investigaciones y a ambos detectives. Es lógico suponerlo. Lo que no conocemos son los detalles, las sorpresas ni las emociones que habrán de generarse antes de ese esperado encuentro de personajes y de situaciones.
Cuando las dos investigaciones se juntan, el conflicto resulta más explosivo todavía: más asesinatos, más sospechosos y más acción. La verdad superará todas las teorías al descubrirse que la universidad está envuelta en una criminal experimentación de carácter eugenésico (para mejorar la calidad biológica y la inteligencia de los miembros universitarios), de la que son víctimas los habitantes del pueblo.
Esa experimentación estaba ya señalada en la tesis de graduación del primer asesinado. ¿Qué se oculta tras los asesinatos? ¿Por qué en cada homicidio alguien deja pistas sobre el siguiente crimen? En tanto, el juego entre víctimas y culpables se complica a cada rato.
Los ríos de color púrpura es una película inteligentemente dirigida por Mathieu Kassovitz (vigor narrativo, inquietante suspenso y elegancia escénica, aunque la resolución del conflicto es más bien atropellada). La cinta cuenta con la inmejorable ayuda de una fotografía asombrosa y de una música sugerente y emocionante. Queda recomendada.