Es la historia de un niño ciego. Es una metáfora sobre el amor. Es una reflexión sobre la vida. Es un canto lírico a la Naturaleza. Es una pregunta sobre Dios. Es cine para percibir con todos los sentidos. Se trata del filme iraní El color del paraíso (1999), dirigido por Majid Majidi, que se exhibe en la Sala Garbo.
Es una historia mínima, sin muchos enredijos. Va directa a los sentimientos. Va directa a las emociones. A los mejores sentimientos. A las mejores emociones. Así, un niño que nace ciego es tan solo el pretexto, mientras la cinta indaga en las costumbres de un pueblo al norte de Irán, en las tierras altas. Y lo hace con poesía en la mirada.
Mohammad se llama el niño ciego (encarnado por el pequeño actor Mohsen Ramezani). Tiene ocho años y está en una escuela especial en Teherán. Cuando debe regresar a la casa, al hogar campesino arraigado en la fe religiosa, el niño encuentra que su padre lo rechaza, porque su ceguera es un obstáculo para que el papá (viudo) pueda casarse de nuevo (el padre es encarnado por el actor Hossein Mahjoub).
Ahí, Mohammad solo encuentra el amor de la abuela, envejecida por el trabajo y por el tiempo, y el de sus dos hermanitas. En cambio, la ceguera emocional corroe al padre del niño.
Son estas secuencias las que dan dramatismo al relato en medio de su lirismo, de su humanismo y de su belleza visual (estupenda fotografía). Muy al estilo de su director Majid Majidi.
Se trata de una película que hay que ver, porque nos llena de amor, nos hace creer en los milagros del cariño y nos acerca a un cine maravilloso, exquisito, del mejor, que llega poco a nuestras carteleras. Con un final para pensar y regustar.