El 22 de abril de 1970, por iniciativa del senador demócrata Gaylord Nelson, se celebró por primera vez en EE. UU., Canadá y algunos países de Europa, el “Día de la Tierra”. El movimiento verde que promovió en su país, tuvo consecuencias: se creó la Agencia de Protección Ambiental –EPA, y se aprobaron las primeras leyes ambientales (Clean Air Act, Clean Water Act y Endangered Species Act, entre otras). Dos años más tarde, se celebrará, en Estocolmo, la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Humano y en ella se proclamó el 5 de Junio, como el “Día Mundial del Medio Ambiente”.
Esa conciencia que empezaba a despertarse, encontró en Joan Manuel Serrat tierra fértil, pues por medio de sus poemas hechos canciones, ha rendido homenaje al ambiente como nadie. Hoy, 40 años después de la primera celebración del Día de la Tierra, es oportuno hacer un repaso de cómo este cantautor –natural de Girona–, ha participado de esa fiesta, que hoy es mundial. En 1973, en su canción llamada Pare (Padre), a manera de oración, recita los lamentos de un campesino catalán quepide explicaciones a su Dios, por la contaminación y degradación que ve a su alrededor: “Padre, decidme qué le han hecho al río que ya no canta./ Resbala como un barbo muerto bajo un palmo de espuma blanca./ Padre, que el río ya no es el río (') Padre, decidme qué le han hecho al bosque que ya no hay árboles./ En invierno no tendremos fuego ni en verano sitio donde resguardarnos./ Padre, que el bosque ya no es el bosque (') Sin leña y sin peces (...) tendremos que quemar la barca, labrar el trigo entre las ruinas (') y cerrar con tres cerrojos la casa (') Padre, donde no hay flores no se dan las abejas, ni la cera, ni la miel./ Padre, que el campo ya no es el campo. '”
En 1981, en su canción “A quien corresponda”, personalmente se queja en una carta que dirige al político de turno con poder de decisión, para reclamarle “que las manzanas no huelen ('), que el mar está agonizando ('), que la Tierra cayó en manos de unos locos con carné/ Que el mundo es de peaje y experimental, que todo es desechable y provisional”.
En 1992, año de la Declaración de Río sobre el Medio Ambiente y Desarrollo, nos regala quizá una de sus canciones más preciosas y profundas: “El hombre y el agua”. En este poema –como solo sabe hacerlo Serrat–, nos recuerda la relación que se da entre ese recurso y el ser humano: “Si el hombre es un gesto el agua es la historia/ Si el hombre es un sueño el agua es el rumbo./ Si el hombre es un pueblo el agua es el mundo./ Si el hombre es recuerdo el agua es memoria./ Si el hombre está vivo el agua es la vida. (') Brinca, moja, vuela, lava, agua que vienes y vas. Río, espuma, lluvia, niebla, nube, fuente, hielo, mar/ Agua, barro en el camino, agua que esculpes paisajes, agua que mueves molinos. ¡Ay agua!, que me da sed nombrarte, agua que le puedes al fuego, agua que agujereas la piedra, agua que estás en los cielos como en la tierra”.
Cuarenta años después de haberse tomado conciencia sobre la urgencia de proteger el ambiente de su mayor depredador, podríamos afirmar que nuestra Asamblea Legislativa, bien que mal, tiene un saldo a favor, pues en ese lapso ha elevado a rango constitucional el derecho a disfrutar de un ambiente sano y ecológicamente equilibrado; y ha protegido por medio de leyes específicas, entre otros, los recursos forestal, edáfico, minero y la biodiversidad. Sin embargo, arrastra una deuda de más de siete años que la próxima legislatura deberá saldar, y es precisamente aprobar una ley del recurso hídrico que salvaguarde el agua del hombre, para el hombre. Por ello, parafraseando a Serrat, deberá ocuparse menos de las palabras, para poner a salvo de ellas las cosas.