El primer embajador de Chile en Costa Rica, Francisco Solano Astaburuaga, escribió en 1857: “El señor Mora es un costarricense de clara inteligencia, muy versado en los negocios de aquellos países y de una popularidad merecida, que le había granjeado la franqueza y la liberalidad de su carácter. Comerciante rico, había tenido oportunidad de viajar y aun de visitar nuestro país y ponerse en relación con hombres importantes de América”.
En efecto, Juan Rafael Mora había viajado a Chile en al menos cuatro ocasiones entre 1843 y 1849. Sospechamos que esos “hombres importantes de América” con los que Mora se puso en contacto –al menos en Chile– fueron el venezolano Andrés Bello y los argentinos Domingo Faustino Sarmiento, Juan Bautista Alberdi y Gregorio Beeche.
Estos viajes de Juan Rafael Mora a Chile no se realizaron solo para comerciar partidas de café: Mora era mucho más que un buen comerciante; fueron también viajes de aprendizaje, jornadas de lecturas y reflexión que le permitían preparar y cimentar su cercana carrera política.
Encuentro posible. Durante aquella década había en Chile un amplio debate de ideas en revistas, diarios y libros. Se discutían las vías apropiadas de organización y gobierno para las inexpertas naciones hispanoamericanas. Al mismo tiempo se vivía una creciente actividad teatral.
Sobre los objetivos de estos viajes a Chile, debo, a la gentileza del historiador Raúl Aguilar Piedra, una joya que encontró en el Archivo Nacional de Costa Rica: en vísperas de salir hacia Valparaíso, en agosto de 1845, el señor Mora recibe una petición del Senado costarricense para que compre en aquel país instrumentos musicales destinados a la banda militar y textos para la docencia. Se le solicita también contratar allá maestros de primaria y un tambor mayor para que enseñe música y el uso de los otros instrumentos.
Desde mediados de ese año, 1845, la sociedad chilena estaba convulsionada por la aparición de un libro que causaba tal revuelo que no pudo pasar inadvertido para el hombre curioso que fue Juan Rafael Mora; se trata de Civilización y barbarie . Vida de Juan Facundo Quiroga , escrito por Domingo Faustino Sarmiento, entonces exiliado en Chile debido a la feroz dictadura de Juan Manuel de Rosas impuesta en la Argentina.
Mora viajó dos veces a Chile en 1845: el Mentor Costarricense del 3 de mayo de ese año consigna en su sección de Marítimas que, el 1° de mayo, la “fragata danesa Dania , destinada a Valparaíso [salía de Puntarenas] cargada con 5955 quintales de café y otros frutos del país pertenecientes a los señores Juan R. Mora y Buenaventura Espinach. Pasajeros: el referido señor Juan R. Mora y los señores Agapito Jiménez y Alejandro Sancho”.
En esas prolongadas estancias, ¿conoció Mora a Sarmiento? Es posible que sí porque Sarmiento residía a menudo en Valparaíso y era colaborador frecuente en el diario El Mercurio , de esa ciudad. Además, era la voz más autorizada en cuestiones educacionales: desde un par de años antes, era el rector de la Escuela Normal de Preceptores; es decir, la persona más apropiada para tratar el tema de los textos educativos y el de los maestros.
Es tentador conjeturar un encuentro entre estos dos hombres tan singulares y similares; sin arriesgar conjeturas, he aquí una pregunta realista: ¿leyó Mora el Facundo , como mejor se conoce el libro de Sarmiento? En los veinte días de navegación entre Valparaíso y Puntarenas, ¿no se entregó a su lectura? Parece que sí, y ahora nos referiremos a un par de nexos textuales e ideológicos.
Civilización o barbarie. Varias veces recurre Mora a la antítesis de civilización contra barbarie, tan difundida por Sarmiento para explicar la disputa entre la barbarie del interior del país –personificada por hordas de gauchos insurrectos– y Buenos Aires, centro de la cultura y la civilización nacional.
El presidente Mora llama “bárbaros” a los filibusteros y, en el Mensaje al Congreso de 1857, luego del triunfo en la Guerra Patria, recurre a la figura empleada por Sarmiento y califica a Walker y sus hombres de gavilla de bárbaros invasores, y califica a los costarricenses de pueblo pacífico, laborioso y civilizado.
Temeroso del juicio extranjero, como Sarmiento, escribió Mora: “Nuestra conducta humanitaria comprueba en todas ocasiones que no somos bárbaros como se nos pinta. Por el contrario, nuestros enemigos desde su ingreso a la vecina República han patentizado al mundo entero que la barbarie les es inherente y que la verdadera civilización es desconocida para ellos”.
Concluye Mora: “Ellos, en fin, han hollado el Derecho de Gentes, y conculcado todas las leyes divinas y humanas. ¿A quiénes, pues, se llamará con justicia bárbaros? Respondan los hechos, responda la historia”.
¿Es simple coincidencia la aplicación frecuente de esta antítesis para explicar el sentido de las fuerzas en el conflicto que Mora vivía de manera tan medular? Es probable pues la antítesis ya se oía; lo interesante es señalar la semejanza que hay en el modo de expresión, en la manera de juzgar lo exterior y lo propio, en la forma de pensar y expresarse de ambas mentes.
Otra idea clave que comparten la obra de Sarmiento con la escritura y el actuar de Mora es la fe en el porvenir, que por entonces comienza a despejarse para invitar a los pueblos de Hispanoamérica a seguir su luz orientadora.
Preciso era someter a las hordas de gauchos anárquicos surgidos del interior para que la nación agónica pudiese por fin entregarse a construir el brillante porvenir que la esperaba. En la introducción de su obra, Sarmiento lo reclama: “¡Este porvenir no se renuncia así nomás! No se renuncia porque los demás pueblos americanos no puedan prestarnos su ayuda [']. No se renuncia porque los pueblos en masa nos den la espalda [']. ¡No!; no se renuncia a un porvenir tan inmenso, a una misión tan elevada”.
Hacia el porvenir. Juan Rafael Mora asumió esa misión: coincide con Sarmiento en la convicción de que había aquí un porvenir que no podía desperdiciarse y cobraba ya forma cuando apareció la barbarie: la determinación de este visionario de conducir a su país al sacrificio de una guerra se hace, sí, para liberar a Nicaragua y Centroamérica de aquellas hordas, pero sobre todo se hace para que Costa Rica pueda entrar en paz a cumplir el porvenir que la esperaba.
El 15 de setiembre de 1850, Mora expresó: “Hoy es el aniversario de nuestra independencia de la España, día solemne y memorable en los fastos de la República. Grandes y duraderos son los bienes que hemos alcanzado y mayores los que promete el porvenir a nuestras futuras generaciones”.
En su mensaje al Congreso en agosto de 1856, luego de las tensiones de esa primera etapa de la guerra, expresó: “['] en el progreso mutuo y la unión regeneradora de los Centroamericanos, estriban su existencia política y el porvenir de la raza que hoy con justos títulos posee el privilegiado territorio que se extiende desde México a la Nueva Granada”
El 11 de enero de 1857, pleno de alegría, anunciando la audaz victoria en la Vía del Tránsito, Mora exclamó: “Costarricenses: cuento para todo con vosotros. Con vuestro apoyo y la protección Divina nada habrá que me haga retroceder. Bendigamos a la Providencia que nos ampara, y al grito de ¡VIVA COSTA RICA! Marchemos SIEMPRE UNIDOS adelante, con fe y constancia en el porvenir”.
Sarmiento también fue un autodidacta y alcanzó la Presidencia de la Argentina en 1868. Sobre las afinidades intelectuales de estos dos hombres ilustres, nótese que Sarmiento publicó su tratado De la educación popular en 1849, cuando Mora, ya como vicepresidente, ejecutará uno de los planes más reveladores de su inmensa obra: el Reglamento orgánico del Consejo de Instrucción Pública ; pero este será tema de otro artículo sobre las relaciones entre dos grandes estadistas.
El autor es profesor en la UNA. Su libro más reciente es la recopilación 'Juan Rafael Mora Porras. Escritos selectos'.