Tres informaciones periodísticas recientes obligan a subir la guardia: Se disparan las importaciones de artículos de consumo (La Nación 23/05/2011); déficit en la balanza comercial aumentó un 95% (La Nación 23/05/2011), y competitividad, combustibles y el dólar desvelan a Chinchilla (La Nación 21/05/2011). Si a ello agregamos la serie de reportajes sobre la caída de ingresos tributarios, aumento de gastos, el creciente déficit fiscal y la apreciación de la moneda, tenemos los ingredientes completos de un desequilibrio macroeconómico.
Según el primero de los reportajes, las importaciones de bienes de consumo duradero y no duradero se han incrementado significativamente en los últimos 12 meses registrados. Y no es un fenómeno que se explica únicamente por el incremento en el precio de los combustibles derivados del petróleo. Han subido también las importaciones de vehículos, teléfonos celulares, televisores y bienes de consumo perecedero, como alimentos. Se dice textualmente: “las importaciones de bienes de consumo alcanzaron $2.932 millones, el mayor monto registrado en casi nueve años y ya superaron el nivel antes de la crisis”. Si a ello se agrega el incremento de las materias primas y bienes de capital, se demuestra claramente la existencia de un fenómeno de expansión de la demanda interna. Las importaciones han crecido, en total, un 19% el último año y el déficit de la balanza comercial alcanzó el peligroso monto de $4.835 millones.
El incremento de las importaciones se explica, en parte, por las necesidades asociadas con la reactivación de la economía costarricense, la caída del tipo de cambio en el mercado cambiario, el financiamiento disponible en el sistema financiero, déficit fiscal y un fenómeno nuevo vinculado a las entradas de capital, que hemos comentado en anteriores editoriales. A este último aspecto hay que prestarle mucha atención. El desequilibrio macroeconómico, desde el punto de vista contable, no es más que la constatación de un nivel de gasto total (demanda pública y privada) superior a los ingresos reales del país. Esa diferencia debe financiarse de alguna manera. En los últimos 18 meses se ha venido sufragando con entradas totales de capital, que le han permitido al Banco Central, además, acumular reservas por montos no antes experimentados. Pero hay un riesgo involucrado. Y eso es, precisamente, lo que debe obligar a elevar la guardia.
Las entradas totales de capital han venido creciendo en los últimos años en respuesta a una diversidad de factores, desde estímulos fiscales (zonas francas y regímenes especiales), oportunidades de inversión en Costa Rica, mayor crecimiento económico en comparación con los países exportadores de capital, confianza, liquidez mundial, altas tasas de interés en comparación con las prevalecientes en mercados desarrollados y la política cambiaria del Banco Central que asume el riesgo cambiario para los inversionistas al intervenir en la banda inferior. El riesgo de una pérdida cambiaria disminuye y, junto a las mayores tasas de interés, estimula entradas especulativas de capital. Evidentemente, algo hay que hacer al respecto. El peligro es que cambie el sentimiento de los inversionistas por el creciente desequilibrio macroeconómico, como ha sucedido en otros lugares en el pasado reciente (México, Argentina) y, en vez de entradas de capital, se inicie un período de salidas de recursos y provoque ajustes bruscos en el tipo de cambio. Si eso sucediera, la inflación, producción y el empleo podrían sufrir ajustes desagradables, al igual que los ingresos fiscales.
El fenómeno no es único en Costa Rica. Otros países latinoamericanos y, en general, en desarrollo, lo están experimentando. Pero eso no significa que debemos apelar al viejo refrán: “Mal de muchos, consuelo de tontos”. En el más reciente Informe Global sobre la Estabilidad Financiera, del Fondo Monetario Internacional (FMI) de abril, 2011, se señala expresamente que los países en desarrollo están experimentando un fuerte flujo de capital externo en momentos en que en sus economías se están cerrando los desfases entre el consumo y la capacidad instalada de producción, y los niveles de inflación han comenzado a crecer. Eso les impone –agrega– serios retos para mantener la estabilidad. Si suben mucho las tasas de interés para controlar la inflación (y se controla el tipo de cambio), podrían estimular mayores entradas de capital y acrecentar el problema.
Por eso se deben reducir los desequilibrios macroeconómicos. Y, aunque acepta la imposición de controles de capital sujeto a ciertas condiciones, también enfatiza en la necesidad de liberar los regímenes cambiarios para desestimular las entradas especulativas de capital, y, sobre todo, proceder a corregir las finanzas públicas para contribuir a disminuir las tasas de interés que provocan mayores flujos externos.
La presidenta de la República, Laura Chinchilla, expresó en la última entrevista concedida a La Nación que el país no debe consentir un mayor grado de inflación con política monetarias más expansivas y que el serio problema del déficit fiscal debe resolverse. Los ministros, diputados de todas las fracciones y el Banco Central harían muy bien en estudiar esas recomendaciones de doña Laura, al igual que las formuladas por el Fondo Monetario Internacional.