
Era fácil identificarlas. Con el pelo largo y revuelto, los rostros demacrados y con señales de picaduras de zancudos por todas partes. Cubiertas de barro desde las orejas hasta los pies.
Para Regula Susana Siegfried y Nicola Fleuchaus, los primeros minutos lejos del control de sus captores -tras 71 días de cautiverio- constituyeron un extraño espacio de sentimientos encontrados.
No podían sonreír, tampoco llorar y hablaban poco.
Cansadas, hambrientas y temerosas, solo empezaron a asimilar las dimensiones reales de su nueva situación; al fin libres, a las 7:45 a.m. de ayer, cuando, a lo lejos, sobre el cauce del río San Juan, observaron una lancha adornada con banderas que se acercaba sigilosamente.
Se tomaron de las manos y esperaron con impaciencia.
Cuando la embarcación, al mando de José Luis Herrera -experimentado botero de Boca Tapada-, estuvo a su alcance Regula Susana y Nicola estallaron de júbilo y, con los brazos en alto, gritaron y se abrazaron sonriendo pero muy pronto, como enloquecidas, estallaron en llanto.
"Peter, Peter", gritó Regula cuando su esposo se acercó para tomarla en sus brazos con los ojos húmedos y enrojecidos. Ella lo miró por un instante a los ojos, le dijo algo al oído y lo abrazó para besarlo repetidamente, con fuerza y llorando también desconsoladamente.
Así estuvieron durante varios minutos, pasando del llanto a la risa, como si fuera el primer y último abrazo de sus vidas. La alemana también se les unió aferrándose a la pareja en su reencuentro, sollozando, con los ojos cerrados.
Cuando subieron al bote que las llevaría, junto a Peter y el padre Eduardo Bolaños, hasta Boca Tapada para tomar un vehículo que las movilizaría hasta la capital, las dos parecían otras pero, en sus rostros reinaba aún la fatiga, el temor y el desconcierto.
No en vano, eran presas de repentinas reacciones de euforia que sacaban desde muy adentro levantando los brazos, señalando a un lado del San Juan o, solamente, gritando a quienes desde lejos les decían adiós con las manos.
Del silencio al llanto
Esa fue la reacción de ambas a su paso por Ochoa, a las 9:12 a.m., donde el corresponsal de La Nación Carlos Hernández se convirtió en el primer periodista en confirmar plenamente el fin del secuestro más largo en la historia policial del país.
Regula y Nicola reaccionaron espontáneamente y alzaron sus brazos haciendo la señal de la victoria con sus dedos... y sonrieron.
Luego el cansancio las venció nuevamente, y a su arribo a Boca Tapada se mantuvieron otra vez en silencio; sus semblantes pálidos y largos contrastaron con los rostros alegres de apenas pocos minutos antes.
Esta vez la despedida del padre Eduardo Bolaños fue mezcla de llanto y risas.
Regula abrazó al sacerdote y lo apretó efusivamente, repitiendo a gritos: "Gracias, Padre, gracias"... Acto seguido le pidió su número telefónico para hablar con él con más calma y más tiempo próximamente.
Nicola parecía más fría y el cansancio era evidente en sus pausados movimientos. Por momentos arrastró los pies al andar y su mirada se perdía en cualquier parte, sumida en sus propios pensamientos.
"No quieren hablar, están muy cansadas, entiendan...", reclamó con fuerte voz un agente judicial que las iba a escoltar en un vehículo del OIJ desde Pital de San Carlos hasta San José.
De camino a la capital, y en varias ocasiones, Nicola extendía sus manos buscando las de Regula, quien la reconfortaba en silencio... Pálidas, pelo largo y desordenado... Cansadas, pero al fin libres.