Este cubano, de contextura atlética y cráneo rapado, ha hecho lo que ningún otro humano ha podido: descender a 133,8 metros en el mar sin tanque de oxígeno.
Con tan solo la capacidad de sus pulmones y la fuerza de su mente, logró ese récord en noviembre de 1996 en Cabo San Luca (México), en un lapso de dos minutos y 27 segundos.
Francisco Pipín Ferreras, ahora campeón mundial de buceo libre, ha logrado así, con sus hazañas, dar a conocer algunas de las maravillas que viven en las diferentes latitudes del océano.
Pipín, nombre harto conocido en el mundo del buceo, se encuentra en Costa Rica. Llegó a principios de semana y casi de inmediato se trasladó a la isla del Coco, donde, en compañía de un equipo de su empresa Pipín Producción, filma un capítulo de la serie Océanos, que está coproduciendo junto a la cadena de televisión mexicana Televisa.
Viva conversó con este hombre de 35 años de edad que logró bajar un "escalón" marino de 133, 8 metros: una proeza más en su largo recorrido hasta el día en que logre alcanzar los 150 metros de profundidad, la quimera de su vida.
Seducido por el mar
La niñez de Pipín Ferreras transcurrió en Matanzas, Cuba, donde, con la ayuda de aparatos rudimentarios y un juego de máscara y aletas de fabricación rusa, se dedicaba a cazar en las profundidades del océano.
Fue allí donde, a los seis años, escuchó por primera vez del buceo libre, de marcas mundiales, de profundidades y abismos. "Enzo Maiorca (excampeón de buceo libre) visitaba mi tierra y mi mar para igualar el récord de 64 metros que pertenecía a Robert Croft: no sospechó que con su visita inspiraría a un niño, que veinte años más tarde lo sustituiría en su carrera al abismo".
Ataviado con una camisa de algodón azul, pantalón de mezclilla y zapatos tenis, bebía una gaseosa dietética mientras explicaba que la serie de 13 capítulos que está filmando en diferentes partes del mundo tiene como propósito "dar a la humanidad un enfoque distinto del mundo acuático".
Ferreras lleva más de 20 años de practicar profesionalmente el buceo libre y ha realizado más de 550 inmersiones que sobrepasan, cada una, los 100 metros de profundidad.
"Para poder tener acceso, identificarme y ser admitido por el océano, tuve que aprender a adaptarme, admitirlo, entenderlo y aceptarlo como es, sin agravios, sin reservas ni adjetivos: sin rencores".
"Quizá el juego del récord sea un fuerte estímulo psicológico, no lo puedo negar, pero fundamentalmente estoy aquí para descubrir cuán profundo es mi mar, cuán profundo puedo descender aguantando el aliento, cuán profundo el ser humano puede ir y cuál es su potencialidad acuática", agrega.
"Antes de cada inmersión trato de `robarme' todo el aire del mundo, llenando primero el abdomen, después la caja torácica, y por último la laringe y la parte superior de los pulmones", explica Pipín.
"Todo suma 8,2 litros de aire que deberán suministrar a mi corteza cerebral la cantidad de oxígeno para que pueda controlar mis emociones y ordenar a mi corazón el administrar energía a través de sus latidos durante tres minutos de apnea (retención de la respiración), tiempo ya antes calculado para materializar una satisfactoria inmersión".
Pipín no duda ni un instante en afirmar que el océano es su vida: "Es el mejor de los placeres".