Ese chico de la foto soy yo, Lionel Messi, mascando chicle a mis 23 años. Mascar chicle era una de las pocas cosas que sabía hacer, además de jugar fútbol. Hinchaba unas maravillosas pelotas de chicle, que crecían y crecían hasta que me estallaban en la punta de la nariz. Por aquella época yo ya era el mejor jugador del mundo y el mejor pagado, pero había muchas cosas que ignoraba de la vida, de las relaciones humanas, del valor de una sonrisa y de la fraternidad entre los pueblos.
Nunca me di ni me dieron tiempo para esas cosas. Esta foto me la tomaron en el Estadio Nacional de Costa Rica, el día en que NO jugué contra la selección de ese país. No jugué, pero fue una buena tarde: gambetée a más de cuatro millones de ticos y algunos cientos de extranjeros que me querían ver jugar. Estaba cansado de tanto partido y fingí que tenía un tirón para que Batista no me pusiera. ¡Qué escándalo se armó! Recuerdo que fue a fines de marzo del 2011, hace veinte años, y veinte años no es nada...
Yo ingresé de primero al campo, rodeado de guardaespaldas. Oí como el rugido de un tigre herido. Tuve miedo de que se me acercara la gente enojada y me sacaran de la bolsa mi goma de mascar favorita, con la que estaba en negociaciones millonarias para publicitar la marca. Entonces me metí las manos a los bolsillos, apreté el chicle con fuerza, y abandoné la idea de saludar a los “ticos” desde el medio de la cancha. Ahora pienso que con eso me los hubiera echado a la bolsa.
Durante el partido me silbaron, me gritaron: ¡miedo!, y creo que perdí una buena parte de la popularidad que tenía en ese país. Para compensar, me reuní con unos pibes escogidos por Unicef y firmé las camisetas de unos novatos de la selección de Costa Rica. Los ticos no deberían haberse quejado tanto: les dejé un bodoque de chicle bien gastado bajo del asiento de los suplentes donde me senté esa noche.
Lo último que supe era que el barrendero que encontró el bodoque lo vendió en una subasta y que la Federación de Fútbol de Costa Rica (luego de comprobar que era mío comparándolo con unos moldes de mi dentista, quien también ganó su guita), decidió hacerle un altarcillo en el camerino de la sele de ese país. Pero parece que tuvieron que desechar la idea al ser declarado el Estadio Nacional de Costa Rica como Recinto Libre de Chicle.