
En esta sociedad, donde los padres de familia se sienten presionados por dar a sus hijos todos los bienes materiales que puedan, y es grande la preocupación por la calidad de su formación académica, vale la pena hacer un alto en el camino para reflexionar: ¿bastará con darles “solo eso”?
Laura Álvarez, máster en psicología clínica, afirma que muchas veces, por ese “corre corre” en el que vive la gente, se deja olvidada la formación espiritual y la transmisión de valores.
Esta tarea no es sencilla, porque los valores no se imponen ni se aprenden de un día para el otro. Los niños los aprenden a través del ejemplo de sus padres o de otros adultos cercanos, lo que implica un alto grado de responsabilidad.
“Por eso, si quiero que mi hijo no mienta, yo tampoco debo mentir. Si deseo que siga las enseñanzas cristianas, tiene que verme a mí haciendo lo mismo”, advirtió Álvarez.
Según ella, los adultos deben asegurarse de que haya coherencia entre lo que hacen y predican, pues los niños siempre los estarán evaluando.
Por eso, es conveniente que papá y mamá, u otros miembros de la familia, estén muy claros en cuáles son los valores que priman en ese hogar.
“Cada momento que se departa con los niños, ya sea en la casa, en el carro, en una celebración o en un paseo, debe aprovecharse para hablar sobre este tema y recordarles que la verdadera felicidad no está en lo material o en la popularidad que se consiga, sino en lo que podamos ser como personas. Lo más valioso es lo que compartimos con ellos, las risas, las historias, los buenos ejemplos...”, explicó.