GOYA. Espectáculo teatral conmemorativo del 250 aniversario del nacimiento de Francisco de Goya y Lucientes. Presentación del Teatro del Temple, Zaragoza, y del Teatro Nacional, en su Temporada del Centenario 1897-1997. Texto de Alfonso Plou. Elenco: José Luis Pellicena, Enriqueta Carballeira, Mariano Anós, Clara Sanchis, Santiago Meléndez, Ricardo Joven, Balbino Lacosta, Pilar Gascón, Virginia Ardid, Félix Martín, Marco A. González, Chema Carrillo, José Carlos Yus. Asesoría musical: Iciar Nadal. Iluminación: Javier Anós. Vestuario: Cornejo. Escenografía: Tomás Ruata. Dirección: Carlos Martín.
Desconfío de los espectáculos teatrales que comienzan con el protagonista adormecido en escena. En esos casos me embarga el presentimiento de que como espectador me espera un largo bostezo.
Eso me sucedió al puro inicio de Goya, espectáculo de tintes histórico-didácticos, estrenado el año anterior por el Teatro del Temple, de Zaragoza, España, para conmemorar los 250 años del nacimiento del gran pintor Francisco de Goya (1746-1828), y traído a partir del jueves 24 a las tablas del Teatro Nacional por cuatro funciones consecutivas, como parte de las celebraciones del centenario de su inauguración.
Cuando así me ocurre, la desconfianza se vuelve mala espina si al dormilón le acompaña una música que no calza con la situación escénica, ya sea porque me evoca asociaciones que van en contra del momento dramático -sobre todo si se ha echado mano de una composición harto conocida- o porque esa música fue escrita en forma expresa para alguna obra famosa.
Tal me pasó al inicio, cuando reconocí la música incidental compuesta por Grieg en 1875 para ilustrar las aventuras de Peer Gynt con el Rey de la Montaña, en el homónimo drama poético de Ibsen.
Y la mala espina se me clava más hondo y se vuelve sufrimiento cierto cuando ya los primeros parlamentos puestos en boca de los personajes delatan un texto pedestre, carente de interés dramático, literario o filosófico.
Ello se me hizo evidente de inmediato y como el cumplimiento cabal de mi cometido me impedía abandonar la sala, hice de tripas corazón y me dije: al mal tiempo, buena cara. Al menos, ya sabía que el mal tiempo solo iba a durar hora y media.
La sombría, monótona y yerma planicie que atravesé esa noche fue alumbrada de vez en cuando por uno que otro fulgor desprendido de las recreaciones escénicas de algunos cuadros y grabados del genial sordo.
En fin, el espectáculo del Teatro del Temple se redujo a una especie de conferencia escenificada acerca de la vida y obra del gran pintor. Quizá una puesta en escena apta para escolares, pero como pieza teatral, Goya quedó muy por debajo de su sujeto y su tema.
Sin embargo, si me atengo a los fuertes aplausos con que el público respondió al saludo del elenco, los 300 espectadores ahí reunidos -pocos más, pocos menos- parecieron haber disfrutado de la obra y las actuaciones.
Para resumir, pese a los ocasionales logros visuales, la deficiente calidad global del montaje fue decepcionante y es cuestionable su importación en aras de las festividades -hasta ahora, bastante desteñidas- programadas para el centenario del Teatro Nacional.