Orinoco, de Emilio Carballido. Presentación del Teatro Azul. Elenco: Nerina Carmona, Fedra Rodríguez y Junias Vega. Vestuario: Rolando Trejos. Luces: Francisco Monge. Música: Bernal Villegas. Coreografía: Luis Piedra. Escenografía: Minor Quesada. Dirección: Jaime Hernández.
Teatro Cid, Tibás, función del viernes 10 de agosto.
A mediados de 1987 estuvieron en la cartelera teatral del país dos textos del dramaturgo mexicano Emilio Carballido: La rosa de dos aromas y Orinoco (la primera dirigida por Lucho Barahona; la segunda por Jaime Hernández).
Entendemos que ambas fueron un importante éxito de taquilla entonces, aunque no de crítica (bien recibida, tan solo la primera). De Orinoco , Andrés Sáenz ( La Nación ) destacó que la obra parecía "un hilo conveniente del cual colgar una sarta de chistes, no tanto agudos como obvios, pero convenientemente vulgares", y cuestionó la eficacia teatral de la puesta en escena.
Por su parte, Albino Chacón ( Libertad ) señaló que " Orinoco es una pieza sin clímax dramático, con unos diálogos pobrísimos llenos de lugares comunes y de chabacanerías", y afirmó que la puesta en escena era un viaje a lo largo de la mediocridad.
Vaya usted a saber qué razón motivó al director Jaime Hernández a meterse otra vez con una nueva escenificación de Orinoco , algo más atemperada en su lenguaje, pero igualmente aburrida en su construcción dramática.
No hay duda: la mona, aunque de seda se vista, mona se queda. Así, esta nueva versión, no importa qué cambios haya tenido, se mantiene como un texto plano y estólido sobre el viaje de dos cabareteras (por el Orinoco) hacia un lugar que las convertirá en prostitutas. Con diálogos de sonrojante simplonería y con la ausencia no solo de clímax, sino de proceso dramático, se determina fácilmente la inutilidad de Orinoco , su falta de aliento y su carácter de subproducto.
Es en vano el esfuerzo evidente que meten las actrices Nerina Carmona y Fedra Rodríguez (sobre todo, la primera) para responder con sus buenos trabajos por el descalabro general de este viaje por el Orinoco , donde la puesta en escena está resuelta sin interés ni pasión, con una mirada absolutamente distanciada.
Salvemos, porque vale (además de las actuaciones citadas), el aporte de Bernal Villegas en la composición musical: oportuna. Por el contrario, la escenografía parece la de un club nocturno de pobre categoría, y nunca semeja un barco a la deriva. Las actrices parecen metidas con calzador en un vestuario sin imaginación. Las luces solo alumbran, sin identidad. La utilería se autoconsume: como llenar con nada una caja vacía.
Así es, Orinoco es un viaje soporífero hacia el desencanto: es evidente el desinterés más definitivo por lograr un verosímil teatral aceptable.