LA INICIACIÓN. Tres actos de Francisco Soler y Camilo Cruz Santos.
Presentación: Teatro Universitario.
Elenco: Erika Rojas, Marianela Protti, Irene Álvarez, María Bonilla, Bernardo Mena, Pedro Sánchez, Manuel Ruiz, Alexandra Fernández, Andrea Sánchez, Carlos Salazar, Rodrigo Alvarado.
Producción: Angie Cervantes.
Música y banda sonora: Rodrigo Oviedo.
Iluminación: Leonardo Torres.
Vestuario: Rolando Trejos.
Escenografía: Gabrio Zappelli.
Dirección: José Pablo Umaña.
La recuperación de obras teatrales costarricenses caídas en olvido podría convertirse en una meta artística distintiva de los teatros universitarios y de las escuelas de artes dramáticas del país. Sin embargo, para que esta labor de rescate rinda frutos ante los espectadores de hoy, no basta con desenterrar las obras y subirlas a las tablas, cual tarea de arqueología dramatúrgica. También es necesario encontrar el enfoque escénico que mejor convenga a cada una, sea respetando la matriz histórica original o modificándola cuando es oportuno o ineludible.
El enfrentamiento y la superación de retos estéticos semejantes contribuirían de modo sustancial al perfeccionamiento del aprendizaje artístico que los futuros profesionales de las artes escénicas realizan en esas casas de estudio.
Por otro lado, si una obra de teatro ha sido olvidada, probablemente lo merece, aunque ese no sea del todo el caso de La iniciación , pieza en tres actos de Francisco Soler (1893-1920) y Camilo Cruz Santos (1890-1960), último montaje del Teatro Universitario (TU), dirigido por José Pablo Umaña, en el teatro de Bellas Artes de la Universidad de Costa Rica (UCR).
A fines de 1913, los autores entregaron la obra a una compañía extranjera que se presentaba en San José, pero los comediantes abandonaron el país de pronto y el estreno no se hizo en Costa Rica sino en Quito. En 1918, fue representada aquí por la Compañía Nacional de Ópera y Zarzuela, y desde entonces no se había vuelto a montar.
Si el propósito era resucitar La iniciación como experiencia dramática válida y pertinente, la escenografía pseudoconstructivista de Gabrio Zappelli lo estropeó por entero. Las plataformas, gradas y demás estructuras metálicas de Zappelli abrumaron el escenario con un andamiaje escuálido, repulsivo para el espectador, incómodo e inoperante para los actores. Nada podría estar más alejado de la tendencia realista y melodramática del argumento ni de la inclinación literaria y esteticista del texto ni de la reconstrucción del entorno histórico de La iniciación sugerido por el vestuario y otros elementos decorativos del montaje.
Califico de pseudoconstructivista la pesada escenografía de Zappelli porque, en el teatro, la auténtica opción constructivista hace uso mucho más ligero de los materiales empleados.
Como director, Umaña es responsable de haber aceptado la propuesta descabellada de Zappelli, pero, además, a menudo tampoco encontró el tono y el ritmo que correspondían a las situaciones para que fueran dramáticamente efectivas.
Algo similar ocurrió con los diálogos: la falta de fraseo, de inflexiones cadenciosas volvió poco entendibles muchos de los parlamentos, cuya construcción artificiosa requería locución estudiada; a su vez, esta impericia confundía la trama y opacaba las intenciones de los personajes, encarnados por un elenco compuesto en su mayoría por profesores y estudiantes de la Escuela de Artes Dramáticas de la UCR.
Los atractivos dramáticos de La iniciación no serán sobresalientes, mas su lugar en la historia del teatro costarricense de principios del siglo XX le merecían mejor suerte que la puesta de José Pablo Umaña para el Teatro Universitario, que sentí confusa en el planteamiento de las situaciones, inexperta en el manejo de los actores y, encima, desarticulada por la escenografía insensata de Gabrio Zappelli.