
Mucho se ha escrito sobre Hamlet, tragedia escrita por el inglés William Shakespeare, así que abandonamos pronto ese territorio para adentrarnos en el de la escenificación dirigida por Carlos Salazar, en el teatro Dionisio, de Café Britt, en una adaptación pensada para colegiales y juzgada como tal.
No hay que temer a las adaptaciones, no son necesariamente una manera de alivianar la densidad de un texto literario. Más bien, abren veredas hacia el gusto por la lectura o, como en este caso, por el teatro. Lo cierto es que esta versión de Hamlet , firmada por María Bonilla, mantiene los aspectos singulares del acontecer dramático de la obra original, sin disiparse con los cortes escénicos.
Lo que se pierde es el proceso dramático de los personajes, o sea, queda en retina ajena el sumario conmovedor y trágico de los personajes, al igual que las causas esenciales de sus cambios de conductas. Así, esta propuesta deja de ser aquello que señalaba Georg Luckács para un texto: “la historia donde un sujeto degradado, en un mundo degradado, localiza el problema medular y provoca una ruptura con ese contexto”.
De ahí en adelante, esta versión del clásico shakesperiano se convierte en oferta que arriesga al borde de lo liviano sin ser superficial, pese a la ausencia de escenografía. Sus méritos están en acercarse a una tragedia humana como hecho político, y lo hace desde que remite a la usurpación del poder. Lo que vemos en escena actualiza ese criterio con capituladas imágenes en pantalla (multimedia).
Lástima que ante esa manera de juzgar el dilema hamletiano, incluso cercano al incesto, como se ve en una de las escenas más intensas, el rigor actoral sea tan irregular: no solo de un actor a otro, sino también en un mismo actor de una situación a otra.
Por ejemplo: la febrilidad emocional de José Montero (como Hamlet) varía desde cierta abulia con su personaje hasta logrados momentos de necesaria intensidad. Otro ejemplo: Melvin Méndez es actor apático con su personaje Polonio, pero es creativo con el del sepulturero: con el primero se herrumbra, con el segundo se aceita.
Con sus actuaciones, Ileana Piñón y Luis Diego Quesada hunden en la inexpresividad, en la opacidad y en la rutina a sus personajes del rey y de la reina de Dinamarca. En cambio, Daniela Valenciano se muestra adentro de la piel de Ofelia, su personaje, en sugerente monólogo sobre su condición.
Luces y música imponen su presencia. La segunda está muy bien lograda, tanto que uno siente necesidad de “vivirla” en otras escenas. En fin, así se muestra este trabajo que, en general, recomendamos. Como dice Hamlet al morir: “Lo demás es silencio”.