LUCIA DI LAMMERMOOR. Opera en tres actos. Música: Gaetano Donizetti. Libreto: Salvatore Cammerano, con base en la novela La novia de Lammermoor, de Sir Walter Scott. Presentación de la Compañía Lírica Nacional (CLN), Teatro Nacional (TN) y Orquesta Sinfónica Nacional (OSN). Temporada del Centenario. Elenco: Guido Lebrón (barítono), Laura Rizzo (soprano), Dalmacio González (tenor), Manuel Marín (tenor), Antonio Soto (bajo), Giselle Santamaría (mezzosoprano), Jorge Aguilar (tenor). Coro Sinfónico Nacional (Ramiro A. Ramírez, director). Vestuario: Ana María Barrionuevo. Iluminación: Jody Steiger. Escenografía: Fernando Castro. Dirección escénica: Alejandra Gutiérrez. Orquesta Sinfónica Nacional. Dirección musical: Enrique Ricci. Estreno: jueves 24 de julio, en el Teatro Nacional.
Además de caras, eran sabidas las lecciones que nos podrían dejar los ¢28 millones desperdiciados por la Compañía Lírica Nacional (CLN) en el montaje de Lucia di Lammermoor, de Gaetano Donizetti (1797-1848), estrenado el jueves en el Teatro Nacional (TN).
La primera es básica: como espectáculo, la ópera es un género mixto en el que los componentes escénicos son tan importantes como los musicales. Cuando aquellos son deficientes u omisos, la música carece de su complemento y, por lo tanto, se rompen la proporción, simetría y coherencia estéticas del teatro lírico.
La segunda es triste: la escenificación reconfirmó la decadencia de la CLN como ente propulsor de la ópera en el país.
La tercera es menos obvia, pero también fundamental: en los puestos de responsabilidad artística y cultural, no hay sustitutos para la visión, la audacia y el buen gusto.
La cuarta es ética: no conviene que los administradores y directores de la CLN se asignen papeles en los elencos de las óperas que ellos mismos escogen.
Como ha sido el caso con anteriores representaciones de la CLN, los aspectos teatrales y las propuestas escenográficas de este montaje, dirigido por Alejandra Gutiérrez, estuvieron muy por debajo de la calidad alcanzada en la parte musical.
Para destacar
En ella se destacaron el maestro argentino-español Enrique Ricci, la Orquesta Sinfónica Nacional (OSN) y un cuarteto de cantantes extranjeros en los papeles principales.
En particular, el barítono Guido Lebrón (nacido en Costa Rica), causó una impresión muy favorable en el papel de Enrico: una voz potente y bien proyectada, notable presencia sobre las tablas y persuasivo desempeño histriónico.
También la soprano argentina Laura Rizzo, en el de Lucia, mostró una voz templada, segura en el registro alto. Sin embargo, el personaje careció del dramatismo necesario, en particular durante la escena de la locura, que no logró conmover.
El renombrado tenor español Dalmacio González, como Edgardo, encarnó el papel con distinción y propiedad. Su voz ya no es la de antes, pero hizo estupendo manejo de ella. A eso se le llama tener escuela.
El bajo uruguayo Antonio Soto, como Raimondo, mostró autoridad suficiente en el personaje y su voz se escuchó resonante, aunque tuvo un leve desliz en la recitación del asesinato.
Los costarricenses Jorge Aguilar, tenor, y Giselle Santamaría, mezzosoprano, cumplieron sus papeles menores en forma apenas adecuada, él de Normanno, ella como Alisa. Ni eso podría decirse de Manuel Marín, en el de Arturo. Por cierto, el famoso sexteto al final del acto segundo se oyó como cuarteto, debido a la debil proyección de Santamaría y Marín.
El coro se mantuvo a un nivel vocal bastante aceptable, pero todavía rudimentario desde el punto de vista de la actuación
La escenografía, de Fernando Castro, fue un desastre, una especie de compendio de torpezas e inconveniencias en la materia, demasiado numerosas para detallar. Baste decir que visualmente era un adefesio y creó dificultades insuperables en la utilización del espacio.
Era casi imposible iluminar semejante mamotreto y Jody Steiger no se esforzó demasiado. Para el vestuario, de aspecto adusto, sin la menor sugerencia escocesa en las telas, Ana María Barrionuevo rejuntó buena cantidad de piezas de montajes pasados.
De nuevo, lo mejor de la representación fue la Orquesta Sinfónica Nacional, cuyas secciones respondieron con disciplina y esmero a los requerimientos de la partitura, si bien en el solo de arpa no pocas notas quedaron por fuera. No obstante, el conjunto produjo un sonido afinado y pleno que el maestro Ricci equilibró con sapiencia para que el foso no opacara las voces.
Un comentario final acerca de otra trama que se desarrolla durante esta Temporada del Centenario del Teatro Nacional, pero fuera del escenario, la que aún no está claro si llamar opera seria u opera buffa.
¿Y Dionisio?
Para los observadores de la fauna cultural, no habrá pasado inadvertido que el señor Dionisio Echeverría, cuya repentina y sigilosa salida del país sorprendió a más de una, ya no figuraba en el programa de mano como administrador del TN, cuando en todo programa su nombre sucedía siempre al de la directora, doña Graciela Moreno.
Esta segunda desaparición del administrador pareciera contradecir las declaraciones dadas a la prensa por la señora Moreno, en el sentido de que Echeverría gozaba de un permiso sin goce de sueldo y que el puesto le esperaba a su regreso.
Otros esperamos la conclusión del asunto, que ojalá no ocurra a la manera de aquel dramma giocoso mozartiano, titulado Don Giovanni.