TRIO JAZZ . Vincent Courtois, chello; Dominique Pifarély, violín; Louis Sclavis, clarinete y sax .
Auditorio Nacional . Jueves 12 de setiembre del 2002. 8:00 p. m.
En ese afán por querer ponerle nombre a las cosas con la intención de empujar una rápida comprensión del suceso, le había encajado a este concierto la definición de free jazz. Estaba equivocado.
Pero aunque esta no fue una sesión enmarcada dentro de esa tendencia sí me parece que para una pronta asimilación de la música de este trío francés hay que remitirse un poco a las pautas del free jazz .
Una irrupción en el espacio libre de la atonalidad, una concepción diferente del ritmo que conlleva una disolución de la métrica y, por lo tanto, la simetría convencional, una entrega absoluta al momento de la intensidad y sobre todo una experimentación del sonido en la que, por momentos, se invade el ámbito del ruido. Estos son algunos de los elementos del free jazz que, en gran medida, califican la producción del Trío Jazz y que prontamente asisten a la memoria emocional para permitir un disfrute total de esta propuesta de vanguardia.
Courtois, Pifarély y Sclavis ofrecieron, a una pequeña pero muy concentrada audiencia, un concierto de novedosas alturas musicales. Música que fue más allá del jazz y que trascendió el neoclásico.
Un concierto donde la improvisación estuvo presente a la vuelta de cada compás y en donde la estructura, por más contradictorio que parezca, era respetada en función de la experimentación con el sonido.
Y esta, en mi opinión: es la clave para poder apreciar en su totalidad la propuesta de estos franceses, la experimentación del sonido.
De los tres músicos impresiona y sobremanera el chellista Vincent Courtois. El aprovechamiento de las posibilidades expresivas que realiza en su instrumento realmente son asombrosas. Pocas veces, en nuestros escenarios, tenemos la oportunidad de observar una desmitificación total de un instrumento. El chello, en manos de Courtois, se transforma en un artefacto reproductor de sonidos insólitos, de belleza hiriente, que trastornan la medida de lo supuesto y permitido. En una palabra transgresor, hermosamente transgresor. Un ecléctico en toda su dimensión.
En el sax barítono y el clarinete, Louis Sclavis, nos obsequió fraseos de una intensidad desconocida. Yo los llamaría de éxtasis orgístico.
Ornette Coleman y John Coltrane fueron invocados esa noche por Louis Sclavis y entre los tres configuraron una belleza atonal apropiada para un paisaje extraplanetario. Sí, créanme, la buena música le hace ver a uno cosas que no son de este planeta.
Francia es la tierra clásica de los violinistas del jazz : Stephane Grappelli, Jean Luc Ponty, Didier Lockwood y ahora Dominique Pifarély. Es curioso pero así es. Los franceses son quienes han evolucionado el violín en el jazz y desde la amabilidad y refinamiento de Grappelli hasta el día de hoy, en ellos se reconoce la máxima expresividad del instrumento en los terrenos de este género.
Dominique Pifarély resume, a mi modo de ver, toda esa herencia musical. Junto a Courtois logra sonidos innovadores, resultado de una poderosa alquimia, en los que reconocimos nuevamente el espíritu del gran Coltrane.
Descubrir sonidos nuevos ha sido un factor decisivo en la motivación de los músicos del jazz . El sonido como elemento de este género musical ha crecido continuamente. Algunos músicos se conforman con descubrir unas de sus facetas, otros van más allá de sus líneas melódicas y entran en el territorio de lo sofisticado, de la rareza, de la peligrosa pero cautivante belleza de lo impredecible. Por ahí andan trotando, libres, Courtois, Pifarély y Sclavis. ¡ Bon Voyage !