
Precedidos del gran renombre que en disciplinas artísticas hace gala la Julliard School de la ciudad de Nueva York, llegaron al país, la semana pasada, los jóvenes integrantes de la Orquesta de Jazz de dicha escuela.
No es la primera vez, ni la última esperamos, que músicos de tan renombrada escuela de música han compartido su talento musical jazzístico , con un público tico lentamente creciente en esa dirección.
La visita de estas y otras promesas de las artes escénicas norteamericanas se debe a un persistente y empeñoso trabajo de intercambio que el Centro Cultural Costarricense Norteamericano mantiene desde hace varios años con algunas prestigiosas universidades estadounidenses. Gracias a este programa es que en muchas de nuestras comunidades, alejadas del monopolístico vértice cultural metropolitano, han podido sensibilizar su espíritu con su música.
No pude comprobar el impacto que esta orquesta generó en los diferentes escenarios que se presentó , pero, casi estoy seguro y por lo escuchado en el Teatro Nacional, que el efecto tiene que haber sido muy positivo.
Tenía nuestro medio un buen rato de no escuchar jazz en formato de gran orquesta, interpretado por músicos dedicados al jazz como carrera profesional, y prácticamente teníamos toda una vida de no escuchar, en vivo, algunos de los temas que esa noche formaron parte del repertorio. Fue este, indudablemente, uno de los valores del concierto.
La orquesta, bajo la dirección de Víctor Goines, mostró una dinámica muy variada en lo que a arreglos se refiere, muchos de ellos realizados sobre piezas de compositores inmortales como Gillespie, Ellington, Carter y Dorsey. Otros pertenecían a algunos de los integrantes de la orquesta lo que originó un interesante encuentro de estilos y concepciones orquestales que, para quien escribe, resultó ser lo notable de la sesión.
La Julliard Jazz Orchestra nos reveló la tendencia que tienen una buena parte de las big bands del llamado West Coast Style en donde se sacrifica bastante del swing sencillo y tradicional por un concepto rítmico más complejo y de altos contrastes en las líneas armónicas. Pierde así un poco el encanto simplón de las big bands clásicas, pero gana en materia musical. Este detalle, no más de entrada, define un tipo de audiencia.
A la propuesta de una orquesta así hay que entrarle con actitud de lo contrario puede haber alguna decepción entre el público que busca las facetas comerciales o por lo menos las más difundidas. Mencionar a Glen Miller, Benny Goodman e incluso el Count Basie bailable en este caso no tiene cabida, es mejor pensar en Stan Kenton, Gil Evans o Art Blakey entre otros.
Fueron sobresalientes las composiciones del saxofonista Chris Madsen y en el aspecto instrumental los trombonistas demostraron por qué este extraordinario instrumento es el más sorprendente en la última década del jazz.